1. Stargirl

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Aunque la música fuera su mundo y vida, Alfred, a sus veinte años, nunca había escuchado el alma hecha voz hasta esa noche en aquel bar de copas.

No entendía del todo cómo había llegado hasta allí. No en vano, él era una persona bastante dispersa y recordaba haber oído a su amigo Roi sugiriendo que fueran al local en el que trabajaba Ana, la compañera de piso del gallego (¿O era mejor amiga? ¿O las dos cosas?). Supuso que él había ido otras veces, ya que le comentó que habitualmente había música en vivo y que ya había visto pasar a varios artistas. Uno de los primeros que Roi recordaba era Manu, pianista y vocalista, que finalmente consiguió un contrato para grabar su primer disco y tuvo que abandonar sus sesiones acústicas en el bar.

Mientras Alfred repasaba con la mente la melodía de una de sus nuevas composiciones, Roi le explicó que, según Ana, después de Manu les había costado mucho encontrar a un músico que pudiera actuar con frecuencia y a medio o largo plazo. Durante unos meses estuvo Mimi, que además de cantar bailaba muy bien, pero el bar al final se le hizo pequeño y decidió que era el momento de irse a ver mundo. El gallego evocaba aún la tristeza de la canaria cuando se marchó, ya que entre las dos había surgido una gran amistad y, de hecho, aún mantenían el contacto. Después llegó el turno de Ricky, que hacía grandes imitaciones, pero se tuvo que ir también cuando fue seleccionado en el casting de un musical. También estuvo Luis Cepeda, un chico con la voz rasgada que al principio parecía no convencer ni al dueño del bar ni a su clientela. Contra todo pronóstico, al final este consiguió robarles el corazón cuando empezó a cantar las canciones que él mismo había compuesto con su guitarra, y unos vídeos que había subido a YouTube se volvieron virales de tal forma que podía vivir de ello y, además, algunas discográficas peleaban por él.

Había llegado un punto en el que el jefe de Ana, Joan Carles Capdevila (Capde para la gente que ya le había cogido más confianza), sufría literalmente por el futuro del bar, ya que su esencia era precisamente la música en directo en un ambiente acogedor, y últimamente ni un músico les había durado más de medio año. La canaria incluso le había preguntado a Roi si se animaba, pero el gallego ya estaba comprometido con la orquesta en la que trabajaba con su novia. Ana ya no sabía a quién buscar y la desesperación se asomaba en el horizonte para Capde y su bar.

Su salvación llegó a primera hora de la mañana después de un sábado de fiesta. Ana había salido con su novio Javi y acababan de cerrar la discoteca cuando, en una pequeña calle, se cruzaron con una chica algo más joven que ellos tocando el ukelele y cantando junto a otro chico que, a juzgar por las apariencias, podría ser su hermano. Ana tiró del brazo de su novio, que aparentemente ni se había percatado de la escena, y sin querer ni hablar para no interrumpir el momento le hizo señas disimuladamente para que los escuchara. El chico cantaba bien, pero la voz de la chica albergaba mucho más que belleza: era una voz sin filtros y que Ana incluso habría definido como atemporal.

La canaria aguardó pacientemente a que la canción acabara (sus padres siempre le habían dicho que lo bueno, a veces, se hacía esperar) y se acercó tímidamente a ella, sin saber muy bien qué decir:

—Disculpa... Quería decirte que te hemos escuchado cantar y nos ha parecido increíble. ¿Cómo te llamas?

La expresión de la desconocida cambió radicalmente: sus ojos se abrieron y la sorpresa, mezclada con una pizca de temor, inundó su cara.

—¡Ay, estaba tan empanada con la canción que no me había dado cuenta...! Jo, qué horror, lo siento... Pero muchas gracias. Me llamo Amaia y él es Javier, mi hermano.

—¡No te disculpes, ha sido un placer escucharte! Yo soy Ana... —continuó la canaria, consiguiendo establecer una conversación más o menos fluida con Amaia.

Poco después, Ana había podido explicarle la situación del bar en el que trabajaba y la eterna búsqueda de un músico más o menos estable. Resultó que Amaia, además de tener una voz maravillosa, estudiaba piano y sabía tocarlo perfectamente. A Ana le pareció una señal habérsela encontrado en aquellos momentos y finalmente se atrevió a preguntarle si quería trabajar cantando en el bar. Afortunadamente, Amaia, después de dudar de sus propias capacidades con un "Jo... Es que no sé que decir...", y en parte también gracias al apoyo de su hermano, había acabado aceptando. Empezó a cantar con el piano en el bar aquella misma noche.

Y, casi un año después, allí seguía. Y Alfred, escuchándola, estaba y no estaba a la vez, porque desde que Amaia se había sentado al piano y había empezado con su versión particular de "Starman" de Bowie, este instintivamente había cerrado los ojos, notando como su piel se erizaba y dejaba de sentir su entorno durante unos minutos. Roi y Ana se habían percatado de ello y se miraron con complicidad, ya que ambos sabían que habían ganado la discusión que habían tenido previamente con Alfred, en la que el catalán, con el ligero punto de pedantería que a veces le caracterizaba, insistía en que los músicos de bar podían ser buenos, sí, pero nunca nada del otro mundo ("Si no, otra cosa habrían hecho"). Con una media sonrisa, Ana y Roi habían negado insistentemente con la cabeza al oír las palabras de su amigo, no sin dejar de pensar que se las iba a tragar en cuanto Amaia deslizara sus dedos por las teclas blancas y negras y articulara la primera nota.

Instantes después, al ver a Alfred en medio de aquella especie de trance acústico, y escuchando ellos también aquella alma hecha voz en ese bar de copas, las miradas del gallego y la canaria delataban lo mucho que les encantaba tener la razón en ese momento.

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¡Hola! Si habéis llegado hasta aquí, gracias por leer esta historia. Aún tengo que pensar cómo voy a desarrollarla más concretamente, pero me encantaría recibir feedback o primeras impresiones de vuestra parte, así que no dudéis en comentar.

¡Feliz año!

Clavados en un bar || OT 2017 AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora