—Felices —dijo Calle—, estamos a punto de ganar la apuesta y todo gracias a ti querida. 

—Sí Micaela, hoy a las cinco de la tarde, habrás roto el record del piso diez — ahora era Poché la que tenía la atención de Micaela —. Eres mi heroína, ¿sabes? 

—Ya chicas, no es para tanto — dijo Micaela, tratando de quitarle importancia al asunto.  

—¡¿Qué no es para tanto?! Tú sí que no sabes nada — dijo Calle casi con un grito—. Micaela, hoy a las cinco de la tarde te convertirás en una celebridad en esta empresa. Ahora si duras más tiempo trabajando en el piso diez, serás una leyenda. 

—Solo cumplo con mi trabajo. No les niego que ha sido difícil lidiar con el carácter de la señora Martínez en un principio, pero yo trato de ser lo más eficiente que pueda en mi trabajo y hasta el momento no he recibido queja.  

  —Sí Micaela, en el edificio dicen que has domado a la ogro — dijo Poché con una sonrisa burlona. 

Micaela se sintió incómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación y decidió que sería mejor volver a su puesto de trabajo. 

—Bien chicas — dijo ella levantándose de la silla—, vuelvo a mi trabajo, tengo muchas cosas que hacer. Nos vemos luego. 

—Hasta luego Mica. Y recuerda que a las cinco serás mi ídola — la despidió Calle con una gran sonrisa en la cara.  

Micaela llegó a su escritorio y continúo con su rutina. Su jefa aún no volvía del almuerzo y pronto llegaría su abogado, con el cual tenía una cita agendada. 

Y no se equivocó. Con media hora de anticipación, un sonriente Kevin hacía su aparición por la oficina. 

— Buenas tardes señor Kevin— lo saludó amablemente Micaela. 

—Buenas tardes Micaela ¿Qué tal estás? 

—Muy bien señor. La señora Martínez aún no llega de su reunión de la una.  

—No te preocupes, creo que me adelanté un poco, pero lo esperaré. 

—Bien señor ¿Desea algo de beber? Agua, un jugo, ¿un café tal vez? 

— Un café sería perfecto. Gracias. 

—De nada señor Kevin, se lo traigo de inmediato. 

Micaela se levantó de su silla y se dirigió hasta la máquina de café para prepararle uno al abogado de su jefa. Volvió y se lo sirvió al hombre que se encontraba sentado en una salita de espera cerca de su escritorio.  

Cuando Bárbara entraba por el vestíbulo de su oficina, se encontró con que su abogado y su secretaria conversaban animadamente. Sintió como si un puño le golpeara el estómago. Llegó hasta donde se encontraba la sonriente pareja, Micaela vio que su jefa hacia ingreso por el pasillo con el ceño fruncido. Ella dejó de sonreír y se cuadró como si realizara un saludo militar. 

—Kevin, vamos a mi oficina — dijo Bárbara pasando de largo hasta su oficina, sin pronunciar un saludo.

Micaela siguió a los dos hasta la puerta de la oficina de su jefa y les preguntó: 

—¿Desean que les traiga algo? 

El abogado iba a abrir la boca para decir algo, pero Bárbara se adelantó. 

—No, vuelva a su trabajo. 

Micaela cerró la puerta dejando a su jefa con su abogado. 

—¿Cómo te fue en la reunión Bárbara? Al parecer no muy bien. 

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