12° Lección: Tregua

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Peggy se había ido a preparar café.

Steve se sentó lo más lejos posible de Tony. Aún no podía ver al hombre sensual frente a él cómo el mismo niño que fue su alumno tiempo atrás. Claro que su mirada era igual o más intensa que antes haciendo que el rubio quisiera correr pero era un hombre mayor y con un hijo crecido por amor a Dios.

— Te ves espectacular, profesor.

— No he sido tu profesor por veinte años, Tony.

— Serás mi profesor o mi esposo. No hay intermedios.

— Puedes decirme profesor.

— Gracias. Sabía que lo verías a mi modo.

Peggy entró en la sala y encontró a un joven genio sonriendo de forma relajada mientras el rubio veía a todos lados mostrando su nerviosismo.

— Aquí tienen, muchachos.

— Gracias, tía Peggy.

Los dos hombres dijeron a la vez y   la mujer sonrió.

— De nada, queridos. Ahora ¿A qué has venido, Tony?

— A casarme con Steve. Cómo le dije hace veinte años.

El rubio lanzó un bufido.

— ¿Qué opinas sobre eso, Steve?

— Opino que es una locura. Eso fue una propuesta de un niño cualquiera. Tema cerrado.

— Objeción. Yo nunca fui un niño cualquiera. Y lo sabes.

— ¡Estoy casado!

— Lo estabas hasta seis meses atrás.

— Siempre lo estaré en mi corazón. Lo siento, Anthony pero no obtendrás lo que crees querer de mí. Ve a casa y sigue con tu vida.

— Steve.

— Lo siento, tía Peggy. Adiós, Anthony. Me voy a mi habitación.

Y con eso dicho el rubio subió las escaleras dejando a los dos castaños en la sala.

— Eso no fue bien.

— Él se comportó así porque es demasiado leal a los que quiere. Piensa que darse una oportunidad con otra persona sería engañar a mi sobrina.

— ¿Me dices que me de por vencido?

— ¿Quieres hacerlo?

— No. Ahora que es libre y puedo tenerlo, sería tonto dejarlo ir. Yo no he sentido con nadie lo que siento con él.

— Entonces déjame decirte algo ¿No te diste cuenta que mientras decía su arrebato se aferraba al collar que le diste? Siempre ha sido así. Desde el primer momento en que lo tuvo alrededor de su cuello.

— ¿En verdad? Recuerdo que lo hacía en clases. Cuándo estaba estresado o nervioso lo tomaba.

— Ahí lo tienes. Puedes quedarte en la casa pero para mayor efectividad en la caza voy a usar mi poder cómo la más vieja de la familia para darte la habitación de invitados al lado de la de Steve. Subamos.

Los dos subieron y Tony fue instalado en una amplia y hermosa habitación al lado izquierdo.

— La del fondo es la de Steve y Sharon. O lo era claro. Las dos de la izquierda es para invitados y las de la derecha son mía y de Charles.

— Es una hermosa casa. Se siente el amor.

— Se amaban. Ellos dos eran perfectos.

— Lo sé ¿Por qué cree que estuve celoso cuándo era niño?

— Sharon siempre recordaba al niño que atrapó a su esposo antes que ella, con el que tuvo una profunda conversación llegando a una tregua.

Tony recordó la conversación.

— Sé que me ves como una enemiga, Tony pero vengo en son de paz. Sabes que aún eres joven y no puedes estar con Steve.

Él era pequeño pero no tonto así que claro que lo sabía. Su mamá y Jarvis habían dicho lo mismo.

— Yo en este momento puedo hacer feliz a Steve y él me hace feliz a mí.

Tony había bufado pero también sabía eso. Los ojos azules que tanto adoraba brillaban cuándo la mujer frente suyo aparecía.

— Permite que yo esté con él. No será para siempre, yo voy a irme en algún momento y él va a necesitar de ti. Porque cómo tú sabes que sus ojos brillan al verme, yo sé que también lo hacen cuándo estás con él.

El pequeño había abierto los ojos asombrado.

— ¿Cómo sabes lo que pensé?

— Porque amamos al mismo hombre.

— ¿Todo lo que dices es verdad?

— Totalmente.

Los ojos café evaluaron el rostro y mirada de la mujer frente suyo. El niño asintió.

— Entonces tienes mi permiso. Te voy a prestar a mi profesor pero luego volverá a mí.

— Es un trato.

Los dos se dieron un apretón de manos mientras eran observados por el rubio que interpretando lo visto cómo una mejoría, sonreía sin saber que él era el motivo de todo.

— Era una buena mujer. No sabía el significado completo de sus palabras en ese momento, lamento su muerte aunque suene hipócrita.

— Lo sé, querido y no es hipócrita. Y volviendo a Steve, no saldrá hasta que sea muy tarde y debes tener hambre luego de tu viaje, vamos para prepararte algo. Lo vas a necesitar si quieres lidiar con ese hombre testarudo.

— Gracias, tía.

Peggy preparó una comida nutritiva y se quedaron conversando hasta las diez. La mujer estaba cansada así que subió no sin antes darle un beso en la coronilla al castaño.

El joven sabía que el rubio bajaría tarde o temprano así que cuándo escuchó ruidos provenientes de las escaleras a las dos de la mañana, sonrió porque sabía que el único que los haría a esa hora sería Steve. Éste no prendió las luces así que se tropezó con una silla soltando una maldición. El genio prendió las luces y los ojos azules se fijaron en él.

— Tía Peggy dejó comida para ti en el microondas.

— Gracias, eh, yo iré por ella.

— Primero debes levantarte.

El rubio se sonrojo causando una reacción en la parte baja del más joven. Éste soltó un gemido causando que la mirada de Steve buscara la causa y cómo estaba en el suelo la entrepierna del castaño estaba más cerca que su rostro así que el bulto prominente obtuvo su atención.

— ¡No puedo creerlo!

El profesor se levantó enojado.

— Soy joven.

— Exacto. No soy lo que buscas.

— ¿Por qué piensas eso? ¿Por el sexo?

— No lo digas así.

— Es cómo es.

— No puedo contigo.

— Sólo tienes que estar conmigo.

— No me hagas rechazarte de nuevo.

— No lo hagas entonces.

— Debo.

— ¿Sabes que estás aferrado a mi collar mientras hablamos?

Steve bajó su mirada a su mano envuelta en el objeto y lo soltó de inmediato.

— Es sólo un hábito molesto. No significa algo.

— Claro. Deberías comer. Nos vemos, Steve.

Tony se fue con una sonrisa. Subió las escaleras dejando a un hambriento y confundido hombre en la cocina.

Sólo era el comienzo. Y los dos lo sabían.






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