Poco a poco, los niños fueron tomando asiento, somnolientos por la hora que era. 

-¡Pringao!- me espetó uno de ellos, rodeado de sus amigos.

Pero a mí no me afectaba, ya estaba acostumbrado a los insultos que me dedicaban ellos, no recordaba ya cuándo fue el día que perdí totalmente las ganas de realizar cualquier tarea, quizás ni si quiera existía esa supuesta fecha, tal vez ya mi inesperado nacimiento y "venta" posterior ya vaticinaban mi futuro. 

Las horas pasaban una detrás de otra mientras que de forma calmada yo me dedicaba a dibujar mis pensamientos o simplemente a perderme entre los caminos de mi mente, mucho más madura y trabajada que cualquiera de los que rondaban ahí en esos instantes. De todos los que había en el orfanato no tenía relación con ninguno, total, los que había hecho iban siendo adoptados. Era por eso que no intentaba establecer  vínculos con nadie más, trataba de aislarme del dolor provocado por sus repentinas salidas de forma drástica; pensando en que no podía caer en una soledad más baja si ya estaba en ella. Cuando el timbre sonaba era como una liberación, por fin podía volver a mí habitación y adentrarme en los fantasiosos mundos que me ofrecían los libros o incluso crear los míos, recluyéndome en ellos horas y horas. 

-¡Saúl!- me chilló un niño al salir mientras se acercaba a mí -Acércate, que no te voy a morder- dijo mientras se reía.

Yo, ingenuo de mí y tratando de que ese momento pasara lo más rápido posible le hice caso. Él se me acercó a la oreja y me susurró:

-Ten cuidado, me han dicho que hay un zombie paseando por las calles que hay cerca del orfanato y también me han dicho que ese zombie te anda buscando, ¿Quieres que te diga quién es ese zombie? Tu madre- 

Una de tantos intentos de humillaciones que recibía a lo largo del año, sin afectarme lo más mínimo fui escaqueándome hacia la biblioteca del recinto, pasando inadvertido como lo hacían las otras tantas personas que andaban por esos pasillos. El orfanato disponía de una amplia colección de libros, cosa que era posiblemente su única parte que otros centros podrían envidiar. En mis múltiples incursiones en ella apenas dejaba rastro, entraba, abastecía mis ganas por conocer nuevos parajes y corría a la habitación a leerlos. Algunos incluso ni me molestaba en devolverlos, es por ello que ya me tenían fichado. 

Tras recorrer las viejas estanterías repletas de ejemplares, me fui corriendo a la habitación, todo hubiera salido bien de no ser porque me topé con el conserje. 

-¡Tú! ¡Vigila por dónde vas!- dijo mientras se reponía del encontronazo -Ah, pero si eres tú Saúl...- me dijo con cierto fastidio.

Yo me limité a observarle a los ojos pero sin desafiarle.

-¿Es que no vas ni a disculparte?- yo seguí impasible -Niño, creo que empiezo a entender el por qué todos te dejan sólo, eres un puto rarito- me soltó.

Entonces dejó de engrasar las bisagras de la puerta y se apartó para que pudiera pasar, pero justo al pasar se percató de que me llevaba libros a la habitación. 

-¡Eh! Espera un momento, por no disculparte no voy a dejar llevarte los libros a tu habitación- dijo soltando una risa parcialmente ahogada por su sobrepeso.

-Pero si no hago nada malo leyendo- le contesté.

Entonces se levantó, lento pero pesado como una mole, se puso delante de mí expulsando un hedor a sudor y encolerizó.

-¡Te he dicho que no te vas a llevar los jodidos libros a tu cuarto! ¿¡Te has enterado o no!?- gritó.

La verdad es que ese hombre, al menos a mí edad, infundía respeto debido a su colosal envergadura pero más bien por deshacerme de ese olor que emanaba de sus carnes me limité a acatar sus órdenes. Aburrido y en mi habitación, no sabía qué hacer. Miraba los pétreos muros que rodeaban el sitio por los cuales crecían unas hiedras que hacían adquirir al recinto una especie de aura mágica, y entonces, mirando las sólidas rocas que tenía en frente me di cuenta de que había un agujero cubierto por una tapa de metal ya oxidado que posiblemente Juan se había olvidado de colocar hacía ya muchos años. En mi mente aparecieron dos posibilidades distintas: ¿Debía conocer el mundo exterior o era mejor resguardarse en mi habitáculo? Pero la decisión ya estaba tomada. A mis ocho años nunca había salido al "mundo exterior" por mi cuenta, sólo en escasas excursiones que el ministerio obligaba a hacer a cualquier centro por eso apenas sabía en qué lío me estaba adentrando. De forma natural para no levantar sospechas fui andando por los pasillos hasta llegar al patio, el conserje debía de estar aún arreglando la puerta porque no llegué a divisarle por ahí y rápidamente me escabullí por la pequeña pero densa huerta que tenían las hermanas para acabar llegando al agujero; mi pasaje hacia el desconocido lugar el que para entonces era para mí. Levanté la pesada tapa de metal y de una forma cautelosa para no clavarme ni cortarme con ningún astillado hierro llegué a la calle, pero en ese justo instante me pregunté a mí mismo: 

V-Virus #TBNAwards18Where stories live. Discover now