SAÚL

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El agónico y metálico despertador de mi habitación retumbaba encima de mi pequeño y destartalado estudio de madera, ya carcomido por la humedad que circunnavegaba alrededor del orfanato. Cada mañana intentaba despertarme antes de que este se pusiera a tronar pero aquella mañana no lo había conseguido. Poco a poco fui reponiéndome del inesperado susto, alzando la vista para ver más allá de mis congelados pies para intentar divisar el clima que campeaba por Barcelona aquel día de mayo. Con cierta pasividad, fui quitándome la ya usada ropa que nos ofrecían las monjas. Cada mañana nos obligaban a ir impolutos a clase aunque ese masificado aula no estuviera a mas de 10 metros de las habitaciones en las que, al menos yo, me limitaba a persistir. 

Lentamente, fui acercando el dedo pulgar de mi aún pequeño pie al agua, que corría por el desagüe desde hacía ya un buen rato, como si quisiera permanecer en ese lugar el menos tiempo posible. En ese justo instante, en un ejercicio de valentía, rocé con las mínimas gotas que pude. Helada, como era costumbre en ese sitio. 

-¡Espabilad! ¡Que vais a llegar tarde al final!- vociferó Juan en ese justo instante.

Juan no era nadie más que el conserje de aquel sitio, como cada mañana a las 7:20 reventaba sus fuertes y recios nudillos contra las puertas de las habitaciones, era ya parte de la tradición. El conserje Juan siempre había intentado darse aires de grandeza desde que había llegado al orfanato hacía ya muchos años, cerca ya de unos 30, paseaba con el pecho erguido hacia fuera con aire solemne aunque no mostrara más que su pesada barriga cervecera, dando vueltas a su juego de llaves oxidado como si de un carcelero de la cárcel se tratara. Su aspecto era el de un paleto de cualquier pueblo perdido entre las montañas: un casi completo cabello despoblado negro y casposo, una cara redonda y obesa sin ninguna clase de vello salvo en sus espesas cejas y un cuerpo orondo de al menos 90 kilos de peso. Su carácter estaba acorde con su apariencia: no había momento del día en el cual decidiera ser amable con nosotros, nos trataba como sino fuéramos más que inmundicia, él paseaba por los pasillos sin tener en cuenta nuestros sentimientos o duros problemas; de hecho el único momento del día en el que podía llegar a estar feliz o mínimamente receptivo era cuando el Madrid había ganado el partido de futbol. De hecho, una de sus técnicas favoritas para que obedeciéramos era atemorizarnos con cualquier cosa, como si fuera un sargento del ejército implantando su doctrina militar. Las monjas no le despedían porque era una persona que les salía muy rentable, sólo quería el dinero para subsistir en la habitación del centro y para pagarse las latas de cerveza que consumía y porque, al fin y al cabo, su trabajo lo hacía relativamente bien: conservaba y arreglaba los desperfectos que las monjas le decían de arreglar y ningún niño se escapaba de ahí. 

En menos de cinco minutos ya estaba vestido con el grisáceo uniforme listo para asistir a otra pesada clase. Fui abriendo la puerta y con la mirada ya perdida fui dirigiéndome a través del tumulto de gente hacia la sala donde se impartían las primeras clases. 

-Siéntate, corre- dijo espesamente la monja que me daba clase al verme pasar por la puerta.

Era el pan de cada día. En aquel retrógrado orfanato se vivía como hacía 50 años, de todos los orfanatos que había por Barcelona mis padres decidieron dejarme en el peor de todos, cosa que en verdad llegué a entender a muy temprana edad ya que desde un principio supe que ellos no me querían absolutamente nada. Lo poco que sabía de ellos era que mi padre fue simplemente uno de los muchos pasajeros que subieron al tren maniobrado por mi madre, una mujer joven pero que ya había sido detenida varias veces por posesión y consumición de diversas y potentes drogas. A veces incluso ella se había pasado por el orfanato con la intención de hablar conmigo y yo reacio a ella me había escondido siempre tras el escudo de las hermanas. Sin duda alguna le culpaba a ella de todos mis actuales males y problemas que me daban caza por los pasillos. 

V-Virus #TBNAwards18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora