05 de abril de 2016, París, Francia

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Despertar es más difícil que nunca. La mañana supone esperanza, pero yo estoy ansioso por besarla una y mil veces más. Y aún no logro convencerme de lo que está sucediendo. El viaje ya no es un viaje, pues París dejó de tener el significado que hasta entonces tenía para mí. París ya no es París, París es Dahlia: el destino de mis destinos, el punto determinante en mi vida, el anhelo tangible y la muerte de la melancolía. No obstante, sólo me restan dos días en la capital francesa y me gustaría estar con ella todo el tiempo posible. Lo siguiente será regresar a la ciudad que me vio nacer, la cual amo y amaré por siempre, pero que jamás querré tanto como la que hoy me da cobijo. La gente suele juzgar a quienes reniegan de sus orígenes, pero me resulta un total despropósito: aunque las raíces siempre serán importantes, será mejor no dejarlas crecer; arrancarlas del suelo y echar a andar. La vida se puede disfrutar en donde sea y con quien sea. Y a pesar de que durante todas las mañanas del viaje fui mi mejor compañía, y que de cinco a once me hallaba desolado, deseaba que esa mañana no terminará. El mensaje que le he enviado a Dahlia no es respondido. ¿Dónde estás? ¿Dónde te encuentro? La noche anterior me pediste que te acompañara hasta la estación de Montrouge, y no pudo haber sido distinto: corrías riesgo de que te vieran acompañada de un forastero. Pero de tu vida y tus andanzas no puedo adivinar mucho. Por eso me dispongo a escalar el punto más alto de París. Y es en la cima de la Torre Eiffel, escrutando los cuatro puntos cardinales y las orillas del mundo, que gritó tu nombre en mi pensamiento y te llamo con el corazón: "regresa a mí". Con una facilidad que ya me hace gracia, ubico perfecto Montmarte, Trocadero, Montparnasse, La Défense, la Île de la Cité y Montrouge. Y a París ya lo considero mi verdadero hogar y destino. Bajo de la torre y sigo sin noticias de ella. Lo mejor es pensar que me extraña, pero ya ni hacerse ideas resulta bueno. Lo siguiente será apelar a la melancolía rediviva y dirigir mis pasos en pos del mítico Café des Deux Moulins y degustar un café con los audífonos puestos, tocando la banda sonora de la película que allí se filmó: Amélie. Luego, regresó la necesidad de encontrar el Barrio Latino y perderme en sus calles. De vuelta en el hostal, mi nueva compañera de habitación, una pintora que está de paso, me indica la forma de llegar al barrio. Tomo el autobús y desciendo ante los pies de San Miguel, que a su vez, somete al demonio. Y de esa forma llego hasta uno de los sitios más memorables de la capital, donde deambulo por más de tres horas. Me veo en la necesidad de pasar el tiempo maravillándome con las aglomeradas calles y sus contrastes de luces cálidas y la noche. Entre más fluyo, menos pienso en ti, pero ya me resulta insoportable rememorar tu rostro sagrado. Me pregunto qué puedo hacer y cuál será el siguiente paso. Estoy enamorado, lo supe desde el primer momento. Pero vine a conocer Europa, vine huyendo, ella ya tiene a alguien, yo tengo un desastre dentro de mí, mis días en París están contados... ¿Qué diablos debo hacer? Aunque deseo con toda mi alma que estés aquí, conmigo, en mi aventura por el Barrio Latino, que entremos a los bares y que bailemos. Nada se mueve adentro y todo se tambalea afuera. Decido que será mejor regresar al hostal y mirar las fachadas Haussmann y sus característicos tejados azules. Imagino que vivimos en una de esas tantas buhardillas. Llego a mi habitación, taciturno. Mis nuevos compañeros no parecen interesados en socializar. Extraño a Luis, a James y a Anna. Si estoy en mi ciudad favorita no debería sentirme así. Mañana será el penúltimo día. Mañana será el día en que todo se va a resolver...

El color desconocidoWhere stories live. Discover now