España

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 Y no fue hasta que aterricé en España, que por finpude convencerme de que estaba en el lugar indicado. Años atrás me eraimposible concebir que algo tan increíble y hermoso pudiese coexistir con elmundo que conocía, que era el de los paisajes grises y brumas sepias. A travésde la ventanilla de mi asiento, la dehesa que admiraba, resplandeciendo deverdor, parecía darme una calurosa bienvenida. Mis añejos anhelos resucitaron:por fin iba a pisar mi tierra prometida. Me apeé del avión y deseétirarme en suelo para besarlo. Preferí seguir adelante y pasar por todos lostrámites migratorios, y entrar con grandes júbilos a la Madre Patria. Aunqueencontrar el lugar donde me hospedaría no fue fácil, Madrid me recibió conalbricias. Ese primer día lo exprimí tanto como pude: comí huevos estrellados ycerveza en Casa Lucio; recorrí desde Los Austrias hasta el Templo de Debod;visité las plazas más importantes y terminé agotado en la Plaza Mayor encompañía de un inigualable café y un refrescante tinto de verano. El segundodía fui de ida y vuelta a Sevilla, donde quedé de verme con la madre de unviejo amigo. De las maravillas de la capital andaluza, quedé prendado de labelleza de la Plaza de España: un tesoro visual simpar. Y a las once menoscinco me encontré con doña Loreto a los pies de la escultura de Juan Pablo II,en las inmediaciones de la Plaza de la Virgen de los Reyes. No tardó enubicarme, pues mi magnifico porte mexicano era inconfundible. Anduvimos porcallejones secretos poblados por naranjos y flores de jazmín; por plazuelas confuentecitas y sitios de enorme valor histórico para una familia de rancioabolengo como la suya. Al ver a mi anfitriona cansada, le propuse sentarnoscerca del Guadalquivir a beber un café. Loreto me habló de su historia personaly la situación actual en España: el paro le preocupaba. Incluso me mostrófotografías de su familia, de su juventud y de su difunto esposo. Para rematar,me convidó el café, pues argumentó que yo era un invitado en su tierra. Antesde despedirnos, me pidió encarecidamente que cuidara de su hijo, pues sepreocupaba mucho por él. A Manuel lo conocí en México y fue el que me convencióde visitar Sevilla y encontrarme con su madre. Loreto me dio su bendición y mepidió que la considerara una madre sevillana. Luego, me regaló una miradaacuosa, se dio la vuelta y no pude sino quedarme de piedra, observando su andarparsimonioso acentuado por la dependencia a su bastón, detalle que,curiosamente, no la hacía ver como una mujer cansada. El atardecer andaluz fue causantedel primer síntoma de melancolía en ese viaje. Fue mientras me dirigía devuelta a la Villa y Corte, al percatarme de que en realidad ancha es Castilla ylas estrellas servían de guía, que mi propósito no era el de ser un turista sinfrenos, sino el de encontrarle sentido a una vida que ya no deseaba llevar. Eldía tres decidí que me bebería la ciudad, y en la noche, las cantinas. Esesentimiento de tristeza no iba a mermar mis ánimos de descubrir nuevosdestinos, y por ello, abandoné la cama con la firme entereza de hacer de Madridla fiesta que tanta fama posee. Y luego de caminar el casco histórico de lacapital, la noche me tomó por sorpresa y me descubrí perdido en las calles delBarrio de las Letras. Sin percatarme de las citas doradas que mi sucio calzadopisoteaba, anduve buscando cobijo de bar en bar. Me sentí ajeno a ese mundo,pues la mayoría de los locales estaban sumergidos en lo suyo. Pasé por sitiosmíticos de la movida madrileña: Viva Madrid, Casa Pueblo y Carbones 13, perotodos estaban abarrotados y los grupos de amigos parecían imperturbables, y nocreí posible que estuviesen obsequiando membresías a turistas con hambre deatención. Por lo tanto, despedí la noche en el sitio predilecto de mi amigoManuel: El Negro. Y sin lograr hacer migas con nadie, esa noche desee regresara casa. Llegó el cuarto día y no quería irme sin antes visitar a Goya y susobras, por lo que esa mañana la invertí en el Museo del Prado. Aunque recorrítodo el museo, lo mejor fue ver la que para algunos es una obra sobrevalorada,pero que en mi opinión es una hermosa progresión de la locura plasmada en óleosy lienzos. La decadencia de Francisco de Goya resulta triste y a la vezremarcable, aunque no por eso son menos admirables pinturas como "La majadesnuda" de finales del siglo XVIII y "Saturno" de 1820. Mientras su mente sedeterioraba, lo mismo pasaba con su arte. Pese a lo cual, uno puede asombrarsecon el detalle casi realista del retrato de "Carlos IV, Rey de España" y a lavez sentir inquietud ante "Dos viejas comiendo". Luego de revisar toda la obraque me fue posible (pues la mayoría de las salas que exponen su trabajo siempreestán abarrotadas), recogí mi equipaje y me puse en marcha: las tierrascatalanas me esperaban. Y comenzó a volverse tradición que mis arribos a nuevasciudades fueran accidentados. El vuelo a Barcelona iba con retraso y lleguédespués de la medianoche. La persona que me recibió en mi alojamiento me pidióque no hiciera ruido, pues había muchas más personas durmiendo en el departamento.No obstante, todo salió mal: me descolgué una pesada maleta, pero, debido a lasprisas, pensé que quedaría recargada sobre algo que me pareció era un muro.Cual va siendo mi sorpresa cuando el supuesto muro resultó ser una doble puertaa la que no habían echado seguro, por lo que la maleta cayó de sopetón,haciendo un escándalo y dejando entrar la luz del pasillo a la habitación,donde dos hombretones dormían en calzoncillos. Me apresuré a cerrar la puerta,y antes de que mi anfitriona me fulminara con la mirada, pedí disculpas. Elquinto día recorrí gran parte de la encantadora ciudad, yendo desde las Ramblashasta Montjuic, no sin antes conocer el Mar Mediterráneo. Para el caer de latarde, me sentía mejor que cuando empecé el viaje. Estaba lejos de casa, peroel Viejo Continente ya empezaba a capturarme y las ganas de volar al pasado seextinguían a paso veloz. Para el sexto día ya me encontraba embelesado con lamajestuosidad del templo más representativa de esa ciudad: la Sagrada Familiade Gaudí, que por fuera impone e inquieta con su complicado diseño; pero, pordentro, es una nave luminosa y onírica. Los vitrales laterales inundan los costados de la nave en uncaleidoscópico juego de luces, mientras que la fachada se erigía como unaenorme formación rocosa con múltiples mástiles que más bien simulabanestalagmitas apuntando al cielo. Uno de los mejores recuerdos de ese viaje fueel de esa precisa tarde en Barcelona, pues un paisano mío, que conocí en misépocas de bohemio, me dio la noticia de que residía en esa ciudad. Alejandro ysu mujer me llevaron a conocer el Tibidabo y a cenar las mejores tapas quejamás degusté. Comprobé también que los catalanes no son la calaña infame de laque se les jacta, sino todo lo contrario. Ningún ciudadano fue grosero conmigopor hablar español. Incluso me agradaron más sus maneras que cualquier otrohabitante de España. La jornada por la tierra de mi lengua madre llegó a su finy ahora me tocaba volar a Italia.    

El color desconocidoWhere stories live. Discover now