C16: Hiperventilar.

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Él se tome un minuto para asentir y adentrarse en la oficina. Deja las carpetas sobre su propio escritorio y se apoya en él antes de arremangarse la camisa hasta los codos. Kansas se moriría si lo viese, tengo que enviarle una fotografía por WhatsApp.

—¿Estaría abusando un poco de tu oferta si pregunto cómo murió tu madre? —inquiere clavando aquellos ojos en los míos. Diviso un brillo de incertidumbre y algo más allí, algo que no soy capaz de descifrar. 

—¿Por qué querrías saber eso? Es morboso. —No puedo evitar que una risa trepe por las paredes de mi garganta—. Podrías preguntarme acerca de cuál es mi comida favorita o cómo llegué hasta aquí. —Hago un ademán al lugar mientras giro en mi silla—. Esa en una buena forma para empezar a conocer a alguien, ¿preguntarle directamente por su madre que murió en un accidente automovilístico? No, así no lo hace la gente normal.

—Accidente de coche —reitera pasando por alto todo lo demás—. ¿Y tú estabas ahí? —indaga antes de meter sus manos en los bolsillos del pantalón de vestir, su voz tornándose un poco más suave.  

Tomo una bocanada de aire en cuanto la oración llega a mis oídos y me lleva a dar un paseo en el pasado. Sonrío con cierta nostalgia y asiento, una y otra vez. 

                                                                                                   Siete años atrás...

Mi cabeza duele, duele un montón. Intento abrir los ojos pero al principio no puedo, mis párpados se sienten tan pesados como mis piernas y mis brazos. No me puedo mover.
Estoy ensordecida y mareada, mis pulmones parecen no recibir tanto oxígeno como necesitan mientras mi corazón bombea con fuerza en mis adentros y golpea desgarradoramente mi pecho. No sé qué está mal, no puedo recordar nada, el dolor me está consumiendo y borrando todo lo demás.

Intento incorporarme y mis huesos crujen. Grito con fuerza, y a pesar de que no sale nada de mis labios, mi garganta arde mientras lo hago y mis mejillas se humedecen en cuanto la tortura de la acción incita a mis lágrimas a salir. Logro sentarme y lloro, lloro porque no puedo ver nada más que oscuridad y no logro oír nada más que un zumbido agudo y ensordecedor. Lloro porque pienso que ya no podré volver a ver ni a oír. 
Entonces, con cada segundo que pasa, mi visión se vuelve más clara y los sonidos comienza a llegar. La agonía se extiende con el tiempo como si no tuviera límite, como si fuera infinita, y es en medio de la aflicción donde soy capaz de pestañear para alejar las lágrimas y enforcar mis ojos en el auto volcado a un lado de la carretera, a metros de mí.

—¿Mamá? —susurro sin aliento, haciendo el esfuerzo de poner de pie. 

Sin embargo, no puedo.

Noto la sangre que me rodea en el asfalto y se me cierra el pecho, lloro y le pido a mamá que conteste, pero no lo hace. Hundo mis manos en mi propia sangre en el piso e intento levantarme otra vez, pero mis piernas no ceden ante el esfuerzo. Comienzo a arrastrarme, comienzo a ser presa de un montón de escenarios que mi cerebro crea para atormentarme mientras clavo mis uñas en pavimento y me impulso hacia el coche. 
Estoy sola en medio de la carretera, en mitad de la noche y sumida en la penumbra a excepción por uno de los faros del auto que aún sigue intacto.  

Grito en cuanto los cristales hechos añicos del parabrisas y las ventanas se clavan en mis palmas y antebrazos, en mis piernas desnudas y en mi rostro cuando me quedo sin fuerza y colapso contra el piso. 

—¿Zoe?—La voz quebrada de la mujer me acelera el corazón e intento moverme, pero no puedo, estoy demasiado cansada, demasiado adolorida como para siquiera seguir respirando—. ¡Zoe, ¿estás bien?! ¡Zoe, por favor, contéstame!   

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