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SOY EL DUEÑO DE ESTA PUTA CIUDAD (ESTA MIERDA ME PERTENECE)

          Cuando la primera bala entró en contacto con su cuerpo, Jeongguk se despertó, sobresaltado. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se había despertado de tal forma, que casi dio un respingo hasta quedar en una posición sedente a causa del shock, y realmente pudo sentir el silbido ocasionado por la inhalación de aire que se abrió paso entre sus labios. Sus dedos no se adhirieron a piel, tal y como había esperado, la suave y delicada piel de los brazos de Jimin, sino que más bien acabaron arañando las sábanas de seda en su lugar. Tal hecho le resultó extraño y, durante unos segundos, una horrible sensación de desorientación inundó su mente. Jeongguk cerró los ojos con un profundo gemido, con el único objetivo de conseguir que la habitación dejara de darle vueltas y que su acelerado corazón encontrara un ritmo más regular que seguir.

     –M... mierda –se quejó mientras alzaba un brazo para presionarse la palma de la mano contra la ceja. Le dolía la cabeza, aunque ya se lo había esperado. Anoche había bebido demasiado porque, simplemente, había perdido el control. Jeongguk nunca habría tragado tanto bajo circunstancias normales, pero la noche anterior fue todo lo contrario a ello. Había sido tan contraria a la normalidad que aun continuaba intentando procesarla. La idea de moverse para tumbarse de nuevo no le atraía en lo más mínimo, ya que tendría que mover su dolorida cabeza, pero sentarse tan erguido superaba sus habilidades actuales. Jeongguk liberó el aire en un resquebrajado suspiro y después se dejó caer de nuevo sobre la montaña de almohadas. Procuró hundirse en ellas, pero aun así su característica suavidad no detuvo los latidos del opaco dolor que le martilleaba la calavera, justo tras sus ojos, como un cuchillazo continuo. Hizo una mueca de dolor y se mordió el labio inferior con fuerza, sintiéndolo más bien seco contra sus dientes.

          Por supuesto, tan solo había sido una pesadilla, una horrible pesadilla que le había dejado sudando, temblando y al borde de las lágrimas. Todo lo que había necesitado para llegar a tal estado había sido una pesadilla, y no había nada por lo que preocuparse en ello, era perfectamente normal tenerlas. Ya las había experimentado en el pasado, no es que conformaran un ente extraño para él; pero había pasado tanto desde la última vez que se había encontrado a sí mismo tan asustado que la experiencia había llegado a resultarle foránea.

          Tiempo atrás, cuando aun era un niño, las pesadillas de Jeongguk nunca se habían basado en la oscuridad ni sobre monstruos que reptaban por las puertas entreabiertas de su armario o se arrastraban bajo su cama par cogerle de los tobillos. No, por aquel entonces las pesadillas de Jeongguk habían consistido en dos cosas. A veces, se veía poseído por las espantosas imágenes con las que se topó una vez al entrar en la oficina de su padre con tan solo cinco años, cuando accidentalmente descubrió un documento de la policía que contenía fotografías de cuerpos severamente mutilados. En sus pesadillas, Jeongguk se veía obligado a huir de los cadáveres rebanados que le acechaban, quizás para mutilarle a él también, quizás para alimentarse de su carne como una extraña especie de zombies. Si no se trataba de esto, entonces sus pesadillas se centraban en ser abandonado; en levantarse en un hogar vacío sin su madre, sin su padre, incluso sin Xue-fang para contestar sus gritos y proporcionarle algo de consuelo. El suelo de mármol y las paredes de cristal tan solo causaban que sus sollozos se hicieran eco como una potente sirena.

          Nada de monstruos, solo cadáveres y soledad.

          Cuando maduró hasta convertirse en un joven adolescente, Jeongguk presenció como sus sueños se retorcieron, se convirtieron extraños en su naturaleza. En ocasiones se mostraban  desgarradoramente violentos y, aun así, al despertarse, se había encontrado a sí mismo excitado sexualmente; a veces incluso con las sábanas y ropa interior húmeda. Jeongguk nunca había llegado a entender el por qué pero, simplemente, fue algo que le ocurrió; y a partir de ahí sus sueños siempre acabaron fijados bien en violencia o en la cara más bonita que hubiera visto a lo largo del día. Si no hubiera poseído la suficiente fortuna como para ver a algún atractivo chico dedicado a la prostitución, entonces su mente se veía repleta de cuerpos sin rostro en su lugar: cuerpos sin rostro con piel suave, pero fuertes músculos bajo ella; con dientes duros y órganos sólidos. Los sueños eran mucho mejor que las pesadillas, sin duda alguna, pero aun así continuaban provocándole un sentimiento de vacío en su interior. Hasta conocer a Jimin, por supuesto, y es que el otro hombre había conseguido completar parte de ese hueco con su cálido cuerpo y dulce voz.

HOUSE OF CARDSWhere stories live. Discover now