Trois

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Domingo.

En mi mano sostenía unos acrílicos de color blanco, naranja, rojo y negro. Sonreí al recordar el momento en el que los adquirí para mi ninfa pelirroja antes de despedirme de ella corpóreamente.

El blanco puede ser un color que no puede pintar nada, pero si lo sabes utilizar... esa inmaculada pureza e inocencia matiza hasta los colores más agresivos, los va aclarando a medida que el blanco se va desluciendo por culpa de los demás.

El naranja no es un color primario, mas no pude resistirme al ver en un envase tan pequeño el color de esa cabellera que me había llevado por caminos, hasta ahora, inescrutables.

El rojo simulaba mi pasión arrebatadora sin tan sólo haberla poseído, el momento de ver como su sangre fluía hasta sus mejillas o se iba de éstas, desamparándola de todo ápice de vida en su menuda cara de ojos gatunos. 

Reparé por último en el negro. La oscuridad eterna, la noche que jamás acaba, una nocturnidad sombría sin Luna ni otros astros que pudieran iluminarlo. Su final.

Algo tan lleno de vida había acabado con un trágico deceso.

Mi pequeña y frágil Gala, hasta un alma viva y llameante como la tuya, tiznada de los más preciosos colores acababa en la más absoluta oscuridad.

Dime, mon amour, ¿cómo volarás con alas rotas y sin una mínima luz que te guíe?, ¿serás ahora libre, bajo mantos de tierra fría, húmeda y en completa soledad?

Miré hacia la pequeña e improvisada galería en memoria de mi rebelde pintora, su preciosa cara sonriente en la entrada, sus labios perfectamente delineados, puro arte, un retrato que hacía enmudecer a quién reparara en esos trazos perfectos que era su faz, mi posesión no completada. Mi eterna desdicha, su eterna oscuridad.

Me dirigí hacia la entrada para dar mi nombre, una mujer rubia algo ojerosa me buscó en la lista y con una tímida sonrisa que hizo que todos mis sentidos conectasen me hizo pasar.

El arte llama al arte, el paraíso no debía ser tan diferente de aquello que veía frente a mí.

En medio de cuadros, esculturas, fotografías... destacaba una pequeña figura en medio de la inmaculada sala. Era una preciosa réplica de una Gala Rosso completamente espectacular, apoyada en un pequeño alto en una postura algo juguetona con las piernas cruzadas y las manos apoyadas a los lados de sus muslos, su cabellera mecida por una etérea brisa le aniñaba la cara tapándole con unos mechones su nariz, sonrisa y parte de un ojo. Lo que más impactaba eran unas alas extendidas que iniciaban en el interior de su espalda y acababan rodeándola, protegiéndola como si cualquiera pudiera causarle dolor, mas sólo yo pude llegar a esos límites. Franqueables para mí.

Poseído por tamaña maravilla esculpida por los mismos dioses, decidí que sería mía y me dispuse a pagar lo que fuera necesario por ella cuando una mano me sujetó por el hombro con fuerza e hizo que me girara contemplando unos ojos enfurecidos de color café.

 —Fuera de aquí, sabandija   —Una voz femenina pero firme salió de esos labios para soltar esa grosería —¿Eres sordo?

Quedé perplejo ante tal falta de respeto. Una mera desconocida sin modales estaba frente a mí, debía pensar que daba miedo por su pose, pero a mí sólo me causó pena e ira.

Me puse el chaleco de seda gris de nuevo bien y me zafé de su amarré para luego limpiar con un pañuelo sus invisibles marcas con toda la lentitud de la cual disponía mientras veía como esa desconocida se ponía roja de la furia ante mi total  indiferencia.

¿Te sientes ignorada, querida?, has picado a la puerta equivocada y nadie te va a abrir.

Sintiéndome triunfante, me quedé en el mismo sitio a la espera de que volviera a increparme.

  —Mi nombre es Dante Mancini y por su silencio sepulcral cree haber dado con el hombre equivocado, no hace falta que lo lamente, hoy es un día honorífico para Gala, no pretendo llamar la atención.

Vi como apretaba la fina mandíbula y se percató del pequeño círculo de susurros que había creado con su puesta en escena. Agachó la cabeza y tuve que reprimir una carcajada.

Piedra gana a tijera, querida.

—Si realmente eres Dante — susurró, acercándose a mí haciendo que me mantuviera férreo pese a la invasión de espacio —no me he equivocado de tipo.

Mi sorpresa fue tal que no pude resistir volver a hundirme en esos ojos mientras se oía a lo lejos una voz bastante familiar.

—Me conoce pero yo a usted no, mademoiselle... —esperé unos segundos de rigor y finalicé—¿quién es?

  —Helena Duarte, mi hermana era la pareja de Gala.



Muñecas De Porcelana [Wattys2018]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora