—¿Por qué hay tantas fuentes en éste lugar? Consumen demasiada agua, y el ser humano no está en condiciones de derrochar tanta dada las circunstancias actuales —inquiere cuando nos sentamos en el borde una una, su espíritu de ecologista saltando al ataque.

—Es característico de la OCU, cada fuente representa algo de su facultad más cercana —explico—. Ésta, por ejemplo, es una réplica en escultura de Madame X, pintada por John Singer Sargent —señalo haciendo un ademán a la estatua de una mujer cuyo vestido se plisa hasta el agua. Zoe mira sobre su hombro y escucha con atención—. Es una de las fuentes de mi facultad, y a pesar de que no es mi favorita, no puedo negar que John era un hombre talentoso y carismático.

—¿Cómo sabes que fue carismático? Ni siquiera lo conociste —inquiere mientras se pone de pie para enfrentarse a la fuente y escudriñar cada detalle de la mujer inmortalizada en piedra—. ¿O sí? —interroga con desconfianza y me mira con ojos abiertos de par en par. 

 —Tu inocencia es de lo más entretenida, Zoella.  —Sonrío y niego con la cabeza antes de ponerme de pie aún con los pretzels en la mano—. No lo conocí, pero hay una anécdota que se rumorea por toda la facultad —explico con nuestros hombros a centímetros de distancia mientras estamos de frente a la réplica de la pintura. En realidad, es su cabeza la que está a centímetros. Ella es alta, pero no tanto como yo—. Según lo que se cuenta, en una ocasión el pintor se encontró con una admiradora. Ésta le dijo que cuando vio su último cuadro lo besó porque creía que se parecía mucho a él. El artista le preguntó si éste le había devuelto el beso, y la fanática automáticamente se rió y negó una y otra vez, incrédula de que le hubiera preguntado tal cosa. —Hago una pausa y observo la fuente. El sonido del correr del agua reemplaza mi voz por algunos segundos, segundos en los que veo a Zoe y noto esa emoción que hace brillar sus ojos, esa curiosidad que la hace ladear la cabeza y acomodarse el pelo tras la oreja como si de alguna forma así pudiera oír mejor. Noto que una sonrisa está a medio camino de sus labios ante tan entretenida y ciertamente divertida historia—. John le sonrío con malicia y dijo que, en tal caso, no se parecía tanto a él.

—Ya entiendo por qué te resulta carismático, me pasa algo parecido con Voltaire. —Da un gran bocado a su cupcake y la punta de su nariz se llena de chocolate—. Ése francés, a pesar de haber nacido en 1694, tenía un humor bastante particular para ser abogado, escritor y todas las cosas que fue —habla con la boca llena e intenta cubrirla con su mano libre.

—¿Y cuál es tu fundamento para eso? —Junto ambos pretzels para tener una servilleta de sobra, y cuando lo hago la tiendo en su dirección. Ella sonríe aún con el chocolate adornando su rostro y estaría mintiendo al decir que no parece una niña, una indudablemente adorable. 

—Por sus retratos —asegura—. Dudo que encuentres a alguien de esa época sonriendo como él lo hacía, en la mayoría de los retratos solamente se ven un montón de aguafiestas con rostros serios y ceños fruncidos. Creo que Voltaire era diferente, hay una chispa de él que los artistas lograron capturar en sus pinturas. 

Es increíble que comenzáramos hablando de cuchillos japoneses y sus virtudes, luego de las madres y las pasas de uva, que pasáramos a hablar de comida y fuentes a un pintor de estadounidense y, ahora, a un filósofo francés que murió hace más de doscientos años. Y, lo que más me asombra, es el hecho de que no necesitamos forzar nada. La conversación fluye y siempre terminamos entrelazando un poco de su vida y conocimiento con los míos.

—¿Cuál es tu frase favorita de Voltaire? —pregunto antes de dar un mordisco a uno de los pretzels. Automáticamente me disculpo, ni siquiera sé por qué lo hice.

—No te preocupes, los compré para ti. —Ríe y la miro desconcertado.

—Te dije que no tenía hambre.

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