—Creo que quieres invitarla porque, como hombre carente de vida sexual, necesitas saciar esa devastadora abstinencia de... —Steve y Dave lo golpean al mismo tiempo.

—Estamos hablando de Zoe Murphy, ten cuidado con lo que vas a decir —advierte Timberg—. Es prácticamente la hija de Bill, así que es el fruto prohibido. Hay millones de manzanas creciendo en los árboles, que Hensley se busque otra.

—¿Sabías que se cree que en realidad el fruto prohibido no era una manzana, sino un higo? Supuestamente fue una mala traducción —señala el estudiante de literatura antes de dar un sorbo a su latte.

—Zoe no es higo —concluyo, cansado de que hablen de ella—. Y no tengo hambre, así que no comeré nada.

—Puede que tú no estés hambriento, pero alguien sí lo está —masculla Dave haciendo un ademán con la cabeza hacia el sendero que va directo a la facultad de Biología y Genética.

Zoe está de pie en el sendero de la facultad, usando uno de sus tantos vestidos floreados y una chaqueta por encima. Está observando con el ceño fruncido su teléfono, y es inevitable imitar el gesto en cuanto veo a Larson Khalid caminando directamente hacia ella.

La familiar sensación de alarma tensa mis músculos mientras el estudiante de genética la saluda. Ella lo mira y le sonríe vacilante, y luego sus ojos regresan a la pantalla del móvil por una fracción de segundo.

Algo anda mal, eso es evidente.

La cólera, la desconfianza y el disgusto crecen a paso agigantado en mi interior. Larson no es exactamente mi persona favorita por el hecho de que parece lastimar a cualquiera a está a mi alrededor, lo hizo con mi ex novia y también con mi hermana, así que siento la inquebrantable necesidad de arrastrarlo lejos de Zoe.

—Hensley. —Dave llama por lo bajo, con una advertencia pendiendo de la punta de su lengua—. Será mejor que vayas a clase. Luego puedes lidiar con eso.

Creo que nunca te he oído decir tantas palabras seguidas, buen progreso. —La característica voz cargada de ironía le pertenece a Mei Ling, quien aparece frente a nosotros lista para llevarme directo a Historia del Arte Precolombino. —Mueve tu trasero, Blake.

Con un gusto acerbo en el paladar me pongo de pie y miro por última vez a la chica de la cicatriz, quien le está mostrando aquello que la inquietó a Larson, que sostiene el teléfono de Zoe y lo mira con fijeza. Entonces, él levanta la vista y mira en mi dirección.

No me gusta lo que veo.

—Tienes una milésima de segundo para decirme qué diablos está ocurriendo entre tú y la chica arcoíris —dice la muchacha que viste de negro mientras echa su mochila con pins y tachas al hombro—. Y sí, es la chica arcoíris porque es un jodido vómito de color y alegría.

—¿Por qué todo el maldito mundo cree que está pasando algo? —inquiero.

—Porque en realidad está pasando, imbécil. —Nos deviamos del sendero y cruzamos el césped para cortar camino hasta la facultad—. Te conozco, Blake. En el salón de pintura sé exactamente qué pincel vas a agarrar antes de que siquiera lo hagas, conozco la técnica que vas a usar antes de que la implementes y puedo proyectar cómo quedará tu lienzo incluso antes de que lo empieces—. Subimos los escalones hasta la puerta principal del edificio, la cual abro y sostengo para que pase—. Además, no hace falta ser Einstein. No socializas con muchas personas, pero Murphy aparece y eres poseído por algún espíritu social de Facebook, Twitter e Instagram juntos.

—Tú me conoces, y yo te conozco a ti lo suficiente como para saber que quieres llegar a algún lado con ésta conversación —replico frenándome en el corredor y observando sus inquietos, intensos y  oscuros ojos en cuanto detiene su paso—. ¿Cuál es el punto, Mei?

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