Cuando salí de la habitación Shiloh ya parecía estar empezando a impacientarse. Ojeó mi vestimenta durante un momento y me tendió una tela oscura justo antes de darse la vuelta y empezar a alejarse apresuradamente.

- Cúbrete la cara, así será más difícil que te reconozcan. - Aceleré el paso hasta ponerme a su altura y me até el paño alrededor de la boca y la nariz, al igual que lo hacían Zay y Rona.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué voy a salir al exterior? - De repente la curiosidad y la confusión se fue tornando en algo más tenebroso y primitivo. El miedo anidó en mis entrañas y comenzó a alimentarse de mí, congelándome el cuerpo todavía más. Quizás Zay había decidido dejar de lado nuestro plan y liberarme, dejarme libre a mi suerte, y aunque hace un par de días esa hubiera sido una gran noticia, ahora me sentía totalmente desolada. La idea de contar con la ayuda de alguien poderoso era mucho más alentadora que pasar el resto de mis días abandonada a mi suerte y siendo objeto de caza de todos los seres vivos sobre la faz de la Tierra.

Shiloh me miró por el rabillo con una expresión que parecía pedirme silencio, pero debió de ver algo en mi rostro que le hizo suspirar de manera profunda y poner los ojos en blanco.

- Para ponerte en contacto con las ciudades del cielo vas a necesitar materiales y objetos que bajo tierra no tenemos. Entre los restos de las ciudades quizás encuentres algo útil con lo que trabajar. - El chico habló sin mirarme. Subimos varios pisos de escaleras al trote y desfilamos hasta el final de un pasillo que estaba notablemente más iluminado que los demás.

De repente una nueva sensación se adueñó de mí. Tenía en el pecho un remolino de inquietudes intermitentes que me estaban destrozando los nervios. Después de más de un mes sin ser casi consciente del día o de la noche, sin ver la luz del sol, sin sentir la lluvia o el viento, iba a salir a la superficie. Me embargó la alegría y felicidad, pero solo transcurrió un instante hasta que me amedrenté ante el recuerdo de todo lo que me esperaba allí fuera. Traté de alejar el nubarrón negro que me ensombreció la mente y me concentré en la breve charla que estaba manteniendo.

- ¿Lo que me he echado por el cuerpo es para que no me afecte la contaminación, verdad?

- Entre otras cosas. - Contestó con simpleza. Quise hacer más preguntas, pero Shiloh parecía poco dispuesto a continuar con la conversación, por lo que decidí no arriesgarme a enfadarle y conformarme por el momento con la poca información que había conseguido sonsacarle.

Intuí, por lo amplio, iluminado y decorado que estaba el pasillo, que aquel era uno de los corredores principales de la comunidad subterránea. Por otra parte, al no haber todavía nadie por el lugar, llegué a la conclusión de que no había amanecido aún y que el exterior estaría inmerso en la densa oscuridad de la noche. Rona y Shiloh me acompañaban cada vez que tenía que cambiar de habitación, y siempre escogían meticulosamente las horas en las que menos habitantes nos podían complicar la situación.

Al final del corredor descubrí unos extraños mecanismos de hierro, madera y cuerdas junto a dos hombres fornidos que permanecían sentados y charlando distraídamente. Me echaron una ojeada rápida en la que parecieron no reconocerme y luego se levantaron al centrar su atención en mi acompañante.

- Buenos días, chicos. - La actitud de Shiloh cambió bruscamente. Los saludó con una sonrisa dibujada en los labios y le dio un par de palmadas en los hombros a cada uno. Ambos parecían bastante mayores a Shiloh, tenían los brazos tan fuertes que se le marcaban las venas y sus caras estaban surcadas por varias cicatrices blanquecinas. Uno de ellos, el más alto, calvo y de barba canosa, tenía un gran parche de tela rojiza que le cubría la ceja, el ojo y la mayor parte de la mejilla izquierda. El segundo, una cabeza más bajo pero igual de imponente, con el pelo corto y vello facial incipiente, tenía una serie de bultos rojizos que se avistaban detrás de las orejas y que parecían continuar más allá del cuello de su camiseta.

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