Capítulo 38: Volver a casa

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Capítulo 38: Volver a casa

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Capítulo 38: Volver a casa

Cuando llegamos al hotel en la noche, el muchacho de la recepción me avisó que mi campera ya estaba lista y que podían enviarla a mi habitación. Le dije, sin vergüenza alguna, que no iba a pasar la noche ahí porque como me había encontrado con mi viejo amigo de la infancia, iría de vuelta a su casa. Después de todo, ellos no tenían nada que perder. Las noches estaban pagas.

—Vamos a cenar en el restaurante —avisé.

—Ah... —dijo el chico, un poco cortado—, pero usted tiene una cena incluida...

—No te preocupes —le dijo Daniel—. Yo voy a pagar mi parte.

Ya habíamos hablado y habíamos quedado en no desperdiciar eso. Daniel solo pagaría su parte y yo iba a aprovechar la que estaba incluida con la estancia. Dicho y aclarado eso, el chico aceptó y dijo que iba a mandar la campera a la habitación y acepté ir a buscarla ahí después.

Pasamos al restaurante y nos sentamos en una mesa junto a las ventanas y nos miramos con sonrisas cómplices.

—Es loco, ¿no? Que la última vez que salí a cenar con una chica fue con vos hace casi ochenta años.

Estreché los ojos y lo miré con suspicacia.

—¿Qué tantas cosas te acordás? —pregunté, apoyando los codos en la mesa y la barbilla en las manos—. ¿Qué sabes de las veces que fuimos a cenar? No fueron muchas, no teníamos mucha vida fuera de casa.

Daniel se encogió de hombros.

—Tengo una imagen en mi cabeza, de los dos comiendo con un vino. Se ve que el vino era horrible porque lo escupiste en una servilleta.

Yo sonreí.

—Estaba embarazada ya —dije, corroborando su historia—. Lo probé porque vos decías que era buenísimo, pero a mi nunca me gustó el vino y no fue la excepción. Apenas mojé la lengua y me sentí muy culpable por exponer a nuestro bebé al alcohol.

Se me borró lentamente la sonrisa y miré fijamente la mesa. No tocamos ese tema el resto de día y me había esforzado, sobre todo después de haber hecho el amor, de apartar cualquier cosa que me lastimara. Pero en momentos así, costaba mucho. Por puro reflejo volví a tocarme la panza vacía.

Daniel se dio cuenta y se apresuró a llamar mi atención, golpeando el plato limpio de losa con el tenedor.

—¿Te pasa como a mi? —preguntó.

Yo levanté la cabeza, confundida.

—¿Qué cosa?

—Tus memorias como Daria —dijo, ladeando la cabeza—. ¿Te pasa como a mí, que las ves turbias y lejanas?

Abrí y cerré la boca varias veces.

—Yo... —Los de Daria estaban borrosos desde que había vuelto al 2017, pero los de Brisa siendo Daria de nuevo no—. Ahora sí —aclaré, finalmente—. Pero no lo entiendo. Cuando recuperé toda la memoria, fue toda. TODA —expliqué—. Directamente no había ni un espacio entre ser Daria y saltar al río y ser Brisa décadas después. Con las salvedades de que mis recuerdos de chiquita ya dejaron de ser claros con los años, digo. Y ahora... se sienten justo así, como si intentase ver mis recuerdos de la infancia muy borrosos. Incluso ya no me acuerdo bien todo lo que te dije cuando nos conocimos, o las veces que te traté mal.

La memoria de DariaWhere stories live. Discover now