Capítulo 4: El señor Hess

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Capítulo 4: El señor Hess

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Capítulo 4: El señor Hess

El padre de Daria no regresó esa noche. Bonnie me dijo que seguramente se habría retrasado con un tema del hotel en Carlos Paz y que había avisado antes de irse que eso podría pasar. En esa época no había siquiera teléfonos de línea como para mantenernos al tanto de esas cosas.

Por mi parte, no me molestaba en absoluto. Antes de la cena, le pedí a Bonnie que enviara algo de comida a la casa de Daniel, cuyo apellido desconocía, y ella lo tomó como un gesto de agradecimiento por su heroica acción. Yo pensaba, más bien, que eso era lo que una señorita de alta sociedad habría hecho. Nada de invitarlo a comer sin permiso de papá.

A la mañana siguiente, mientras bajaba todavía en pijama a desayunar, escuché que Bonnie despedía a un hombre en la puerta, avisando que el señor todavía no había regresado. Me pareció que era el mismo de la vez anterior, así que cuando entré a la cocina pregunté por él.

—No es alguien de importancia —me dijo Bonnie, mirándome de reojo—. Su padre me pidió que no lo dejara pasar mientras él no estuviera, señorita. ¿Necesita que la ayude a vestirse?

Me miré el camisón, mi pijama de esas épocas. Era de seda y encaje y arriba me había tenido que poner una bata porque me parecía demasiado fino y revelador aunque no tenía ningún tipo de escote y la verdad es que no era nada corto.

—¿No estamos nosotras solas? —pregunté, mirando por la puerta, pensando que quizás había más empleados.

—Ahora, sí —dijo Bonnie—, pero pensé que quizás iría a ver al Señor Hess.

Alcé las cejas.

—Ah... —contesté, asintiendo—. ¿Quién es el señor Hess?

Bonnie se mojó los labios. Otra vez se olvidaba que no me acordaba de nada.

—Su prometido, señorita.

¡Ah! Daniel Hess, claro; él también era extranjero entonces. O por lo menos, hijo de extranjeros.

—Bueno, Bonnie —dije, apoyándome en la mesada. Nuestra cocina era más grande que la de Daniel—. ¿Estaría mal que fuese a verlo? Me dijo algo así como que en realidad él debería venir a visitarme.

—Se acostumbra que el caballero venga a ver a la dama, sí.

Me marché de allí arrugando la nariz. Tenía la ligera impresión de que iba a esperar siglos antes de que Daniel viniera a ver a su prometida. Subí a mi cuarto y me vestí, sacándome el sensual camisón de Daria y buscando un vestido que fuese más cerrado y que no tuviera la elegancia del rojo que había empapado hacia dos días.

Daria le encantaba el rojo. Suspiré cuando no me quedó otra que elegir uno estampado cuya tela era menos suave y delicada y más humilde y para todos los días. Nunca se me hubiese ocurrido que ese color me iba a quedar bien, pero ella parecía tener un gusto más refinado y acertado.

La memoria de DariaWhere stories live. Discover now