Capítulo 8: La decisión de Daria

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Capítulo 8: La decisión de Daria

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Capítulo 8: La decisión de Daria

El doctor Hamel no estaba ocupado. El hombre me hizo sentarme en una camilla y me revisó otra vez. Me dijo que todo le parecía normal desde fuera, pero que consideraba que debía ir a realizarme una radiografía. Me preguntó si mi padre no me había llevado como él le había recomendado y negué. Daniel se había quedado fuera así que no pudo decir nada ante la necedad de Klaus, sobre todo porque habíamos ido a Córdoba hacia días.

—¿Ha presentado algún síntoma preocupante? —me preguntó, pero yo sabía que el doctor estaba enterado de mis alucinaciones con el tipo suicida.

—Creo que veo cosas —admití—. Pero no estoy loca —agregué rápidamente.

—No tiene porqué —dijo él con calma.

Apreté los labios y no dije nada más. Tenía mucho miedo; no quería saber qué le hacían en esa época a las personas en los psiquiátricos y de verdad prefería quedarme allí con Daniel, incluso con Klaus.

—Señorita Daria —dijo, llamando mi atención—. Vaya a la capital, hágase un estudio y si las alucinaciones continúan, buscaremos un tratamiento para detenerlas. Usted va a casarse, puede que esté reaccionando por eso.

Asentí, pero tragué saliva.

—No quiero terminar internada en un centro para personas desequilibradas —admití—. Nunca me pasó esto antes... ¡Quiero decir...! No me acuerdo de mi vida antes, pero estoy segura de que esto no me pasaba.

El doctor siguió viéndome con calma.

—No creo que su padre siquiera lo considere —dijo, ignorando mi traspié. Me mordí el labio inferior y clavé mis ojos en la camilla.

—Mi padre no es una persona muy considerada —le aclaré—. No me llevó al médico por miedo a que hablen mal de nosotros. Si se entera de que empiezo a decir que veo cosas, sería capaz de tirarme en un sanatorio con tal de que me calle. ¿Usted cree que podría haber una posibilidad de que yo esté...?

—No. —Me cortó antes de que terminara mi segundo intento de estar segura—. No está loca. No es suficiente la amnesia y un par de alucinaciones para afirmar eso. —Me miró unos segundos más, antes de suspirar y tomar un cuaderno de anotaciones—. ¿Cómo terminó en el río, señorita Daria?

Confundida por su pregunta, levanté la mirada de la camilla.

—No lo sé, no me acuerdo.

—¿Está segura? —preguntó con suavidad—. Puede decírmelo a mí, confíe en mí.

Continué mirándolo, perpleja, tratando de entender por qué no me creía. Quizás, porque se había dado cuenta de que no tenía ningún golpe; quizás, porque no presentaba síntomas reales de amnesia. Y es que no la tenía, pero no había manera de explicar por qué sin terminar realmente como una loca.

La memoria de DariaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt