Capítulo 11: Cuando la muerte toca la puerta

6.3K 1K 311
                                    


Capítulo 11: Cuando la muerte toca la puerta

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Capítulo 11: Cuando la muerte toca la puerta

La mamá de Daniel era tan rubia como él. Cuando entró en la casa, vestida con guantes, sombrero y unos hermosos zapatos, me sentí una campesina. Ni siquiera doña Paine le llegaba a los talones. Era hermosa y magistral; era evidente de dónde había heredado Daniel su cara.

—¿Qué tal, Klaus? —dijo, con menos acento alemán que mi papá. Aceptó su educado saludo y entonces me miró. No supe que hacer, porque me preguntaba si Daniel le había mencionado que no me acordaba nada. También me pregunté qué pensaría Daria de esa mujer. La verdad es que sus ojos claros eran penetrantes y no tan tiernos como los de su hijo—. Hola, Daria, querida.

Su tono fue mucho más dulce, pero no supe cómo reaccionar. La saludé y me despedí de Klaus después de varias palabras entre ellos. Salimos de la casa y ella me habló de la última vez que nos habíamos visto hasta que nos subimos al auto. Ahí, se volteó a verme otra vez.

—¿Qué pasó hoy con tus rulos, querida?

Apreté los labios.

—Últimamente ponerme ruleros me sale fatal.

Elizabeth suspiró.

—Supongo que la empleada de tu padre no puede ayudarte a recordar cómo se hace —se lamentó, sin desprecio alguno por Bonnie, aunque así lo pareciera por sus palabras. Ella no parecía una mujer maliciosa—. Te voy a dar algunos trucos. Los rulos son los mejores indicadores de que poseés una estética impecable. De que no pareces desganada o vaga en arreglarte. Cuando regresemos, te voy a mostrar cómo lo hago yo.

—Ah, gracias —contesté, sorprendida. La mujer me miró de reojo.

—Estás muy callada.

—Perdón, es que no sé qué decir.

—Bueno, tampoco es malo —dijo, mientras el auto daba un sacudón—. Las últimas veces fuiste bastante seca. Pero lo entiendo.

—Sí, todos dicen eso de mí.

El viaje largo y agotador siguió y evité hablar por mí misma. Parecía que Daria había despreciado a toda la familia de Daniel y yo me preguntaba si habría alguna razón más además de su rechazo al matrimonio. De nuevo, algo que tuviese que ver con Daniel, aunque me costaba mucho creer algo así posible, así que lo descartaba enseguida. Obviamente, quien no quería casarse también culparía a los padres del otro lado, porque eran parte de la trampa. Al fin y al cabo, esa mujer y su marido estaban obligando a Daniel también.

Cuando llegamos a Córdoba, horas después, yo ya estaba muerta de calor. Elizabeth se tomó el trabajo de acomodarme el pelo y el sombrero antes de entrar a la casa de la modista y se presentó con la dignidad que requería su posición.

Cuando nos atendieron, marché detrás de ella y de la recepcionista, mientras Elizabeth repetía con autoridad que habían reservado la cita y que tenían prisa. Que pagarían lo necesario por un vestido de calidad hecho en el tiempo indicado.

La memoria de DariaWhere stories live. Discover now