Capítulo 89

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Amanecí con ruidos de canciones ajenas. Raro. Pero revitalizante. Estaba de buen humor. Mi hermana se había levantado de madrugada para ir a clase sin hacer ruido. ¿Vería algo? ¿O no? Bueno, estaba en la edad de que le picase la curiosidad. Esperé que no quisiera hacerlo. No, no todavía. Era demasiado pequeña para ello. Sí, demasiado pequeña...

Asomé la cabeza por la ventana. Desde allí pude ver el banco solitario. En verano estaría lleno de gente cantando y disfrutando, evadiéndose de sus vidas diarias. Sí... Mi forma de pensar cambiaba progresivamente. Aquélla era gente sencilla de barrio, que estaba destinada a no destacar nunca, a trabajar de sol a sol y a no recibir un "gracias" siquiera. Y su único consuelo era ir al bar, a tomarse una cerveza fresca, o a reunirse y cantar y contar anécdotas malformadas en las que quien las cuenta es el protagonista invencible y todopoderoso. Y yo, aunque siempre me negase, era parte de ellos. Yo era una más, aunque siempre pensase que mi destino tendría que haber sido glorioso. No, eso no era cierto. Lo que pasa es que yo soy la única viviendo mi vida, y pienso que tendría que haber sido distinta. Pero era sólo un engaño, un sueño de princesa, de muñeca rota. Yo tenía que encontrar la belleza y la felicidad en los pequeños momentos, sin importar el resto. La relajación en unas palmas, los escalofríos ante un agradecimiento, la satisfacción en el trabajo bien hecho. O la eternidad en una mirada. La mirada de Onai.

Yo quise escalar hasta el cielo, cuando siempre estuvo a mi lado.

Espera. Era un barrio de mierda. ¿Por qué estaba tan optimista? Rasqué mi pelo y me preparé para otro día más. Después de aquel verano seguiría estudiando, lo que fuera, y ya me condenaría a vivir de ello. Pero todavía quedaban meses. Debía disfrutar de mi juventud, de mi cuerpo. Sin embargo, ni con ésas, lograba yo apaciguar a la lluvia, la cual caía sobre la ciudad con soltura y elegancia, llevándose a la nieve. Mi hermano apareció para desayunar conmigo:

—Hola, dormilona. —me soltó.

—Como que tú no tuviste una época en la que te echabas a las seis y te levantabas a las dos.

—¡Ja! Y porque me despertaban los vecinos, que si no...

—Jejeje... —me reí afectada por el sueño. Pero me reí. Era agradable verlo.

—Ahora me levanto a las seis de la mañana todos los días.

—¿Qué dices? Entonces esto no es desayunar para ti.

—No, es el almuerzo. Me quiero ir habituando.

Un trueno se oyó de fondo. En respuesta a eso, Javi aumentó la música, como si estuviera aterrado de la tormenta y no quisiera oírla. Y, venga, a joder a todos los vecinos. Sin embargo escuché cómo llamaban a su puerta y le echaban la bronca. ¡Por fin un vecino hace algo! Increíble. Años tocando los cojones pero hasta el día de hoy nada. Y lo peor es que yo lo escuchase todo con la puerta cerrada, ocurriendo eso en el portal.

—Aspiro... —me dijo. —a vivir en una casa grande insonorizada. Evitaré estas tonterías.

—No está mal. Lo lograrás, yo lo sé.

—Bueno. Si lo de Alemania fracasa, saldrá otra cosa. Siempre y cuando yo gane y gaste mi dinero y no involucre el de otros estará bien fallar.

—Buena filosofía. —me acordé del cheque, aún sin cobrar.

¡Pum! Otro rayo.

—Hermana...

—Dime. —le dije, sentándonos en la mesa con la leche enfrente de nosotros y los cereales sobre ella.

—Cuando una hormiga oye un rayo, ¿qué siente?

—No son humanos, no puedo saberlo.

—Pero... Me refiero. Cuando eres tan pequeño y escuchas algo tan grande y que no puedes comprender, ¿qué sentirías? ¿Un susto? ¿Una amenaza?

¿El Príncipe o la Bestia?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora