Capítulo 38

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Una sombra, parecida a la muerte, destacaba en una montaña gigante, con el cielo rojo sangre detrás de ella, acechándome. Me sonrió, sosteniendo la guadaña. Descendió desde allí sobre mí y me golpeó en la cara. Una, dos, tres veces, hasta que desperté y vi el falo de Onai golpeándome en el rostro por la mañana.

—¡Eh! ¡Aparta eso de mí! —le dije dándole una bofetada en el pene. Se tumbó a mi lado y se echó a reír. Me contagió la risa, aunque de pronto me enfadé. —¿Qué intentabas?

—Que me la comieras.

—¿Me ves como un trozo de carne?

—Un trozo de carne al que me gusta abrazar por las noches.

No supe si lo decía para ofender o elogiar, así que como soy mujer me ofendí, por si acaso. Quería que se pusiera meloso y me hiciera carantoñas.

—Estúpido. Pues ahora me voy.

—Quería decir que te aprecio mucho. —me agarró antes de que me levantase y se quedó abrazándome, rodeándome con sus brazos morenos. Cerré los ojos y me dejé llevar, hasta que de pronto sentí que se estaba poniendo duro. Pues no, señor. No me apetecía.

—Llévame al cine. —le dije. ¿No dijo Eric que nos veríamos pasado? Pues pasado nos veríamos.

El sol entraba por la ventana. La cortina roja lo filtraba, otorgándole ese toque rojizo característico. ¿Sería por eso mi sueño? ¿Sería Onai sólo una sombra para mí?

—¿Cuándo?

—Esta tarde. Si te portas bien, a la salida tendrás lo que buscas.

—Eh, no seas mala. No me dejes aquí con...

Salté de la cama y cogí mi ropa, yendo al cuarto de baño. No me habría importado cambiarme delante de él si no hubiera tenido a su cosa apuntándome. Una vez vestida me fui de allí sonriéndole y dejándolo atrás, pensando en mí. La noche anterior nos dejó demasiado muertos. Entre mi encuentro sexual con Eric en el que me esclavizó y dejó heridas y luego Onai que me remató ya me había satisfecho. La cosa es que eran ya las dos de la tarde. ¡Las dos de la tarde! ¡Qué placer! Sólo podía dormir así en casa de Eric, al no tener vecinos. Y, bueno, ahora fue por cansancio, porque al salir al portal escuché gritos, música y gemidos. Lo normal, ¿no?

Fui hasta mi casa y mi cara cambió por completo al ver quién estaba allí. Era... Era mi hermano. Tras cuatro años sin verlo... había vuelto.

Ojos caídos penetrantes, cejas inquisitivas, labios sensuales, cara ovalada. Me encantó verlo allí. Me abalancé sobre él y lo estreché entre mis brazos. Él me sonrió y me dijo:

—Cuánto tiempo, hermanita.

—De... Demasiado...

Me emocioné. Quise llorar. Pero él me dijo:

—Creo que necesitas una ducha, ¿no?

Me ruboricé. Yo olía a sexo. Y lo peor es que él lo sabía y se sentiría mancillado por el abrazo. Colorada, me fui a la ducha y me pegué un buen repaso. Y al salir volví corriendo hacia él. Vestido con una palestina al cuello, un jersey marrón y pantalones de pana, me acomodé en su pecho. Estaba de pie en el salón, hablando con mis padres. Los interrumpí. Me dio igual. Quería verlo desde el momento en que se fue.

—¿Cómo estás? ¿Dónde estuviste? ¿Por qué has vuelto? ¿Te irás otra vez? ¡Cuéntamelo todo!

—Parecido a las preguntas de nuestros padres. —sonrió. También era moreno, como Onai. Tenían un aire. ¿Sería que estuve enamorada inconscientemente de mi hermano y por eso me sentí más atraída por Onai desde el primer momento?

¿El Príncipe o la Bestia?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora