Capítulo 40

91 6 0
                                    

—Nos vamos a resfriar. —dijo él tras cinco minutos así. Nos apartamos y subimos al coche, donde, incómodamente, nos vestimos. Teníamos los cuerpos enteros sucios por la tierra mojada. Él no se puso la camisa, sino que la utilizó para limpiarse la tierra y dejármela a mí. Se colocó la chaqueta por encima, dejando al descubierto su pecho y sus abdominales. Me sonrió. Pero era una sonrisa trágica, de dolor. Era una sonrisa de miedo. Miedo a enamorarse, como yo. Sacó una botella de ron de la guantera y le dio un trago. —Lo bueno del frío... Lo bueno del frío es que no necesitas hielos.

Me reí. Le di yo también un trago y nos seguimos mirando, incómodamente. Ya olíamos a sudor y a sexo. Me encantaba hacerlo con él. Tras diez minutos dándole tragos escampó un poco. Salimos afuera. Ahí lo vi... de forma distinta. Lo vi como alguien superior a mí. Él era...

—A veces los malos actuamos mal porque estamos destrozados por dentro. —me dijo dándole un trago a la botella, mirando hacia el infinito, hacia donde el mar se ocultaba. No sé por qué me saltó aquella frase. O sí, pero quise ignorarlo. Agaché la mirada.

—Sigo sin querer ir a casa.

—Quédate conmigo, entonces.

—No quiero ir al barrio.

—No puedes huir de él, ¿lo sabes? Puedes hacerlo un día o dos, pero no más.

—Entonces que sea un día o dos, pero al menos que lo sean.

Me sonrió, abrazándome.

—Está bien. Un primo mío tenía una casa por un pueblo perdido por aquí. Sólo la usamos para reunirnos en verano. ¿Te apetece irte unos días conmigo?

—Yo... N-no lo sé...

Me miró torciendo los labios. Sabía que no podía beber más, y que no podía retenerme más. Montamos en el coche y condujo hasta casa. Al final volví a donde yo no quería. Nos despedimos y al subir fui al baño, a lavarme un poco mejor. Me preparé otro bocata para cenar, me lavé los dientes, y me acosté junto a mi hermanita. Necesitaba su compañía. Necesitaba la compañía de alguien...

Nuevo día, nuevo amanecer. No vi al sol. La llovizna se convirtió en una tromba. Aquel día Javi no me molestó. Seguramente Onai ya le hubiera dicho algo. Tampoco me molestarían tocando en la calle. Menos mal. Podía respirar tranquila. Al levantarnos mi hermanita me preguntó que qué hacía ahí.

—Estoy contigo porque dentro de poco te olvidarás de mí y te preocuparás más por los chicos que por cualquier otra cosa.

—Bah... —dijo ella, colorándose. Eso debía de ser que ya se preocupaba por algún chico.

—No tengas prisa por crecer. No tengas prisa por sufrir. Piensa que... Que conocerás cientos de chicos cuando crezcas. No sólo uno será quien te haga temblar.

—Te equivocas. Siempre habrá un primer gran amor. O, si no, será aquél que te haga temblar con sólo mirarte, que te aporte seguridad y confianza, y que te quiera y te proteja. Sólo puede haber uno. Los otros parecerá que te lo dan pero es sólo porque se han encoñado. Sólo el verdadero te dará lo que tú realmente necesitas.

Me dejó pensativa. Sacudí la cabeza y le dije:

—Pero, ¡oye! ¿Tú cómo sabes tanto?

—Mucha serie, mucho libro, mucha película. —me sonrío pícaramente. La estrujé los papos una última vez antes de que eso le resultase molesto y le correspondí la sonrisa.

Una canción se oyó de fondo. Retumbaba entre la lluvia y el silencio. Me asomé por la ventana. Era Lana Del Rey. Y en la ventana abierta se podía a ver Onai semidesnudo bailando a un ritmo pausado. Me reí. Su cuarto, con su luz cálida, me invitaba a ir y perderme en él. Pero no podía. Lo llamé y le dije:

¿El Príncipe o la Bestia?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora