Capítulo 25

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Pasé la tarde arreglándome, intentando no pensar mucho en ello. Me coloqué los pendientes, me ajusté el escote y peiné mejor mi pelo. Ya estaba perfecta para salir. Pantalón negro ajustado, jersey negro y azul, pendientes de aros dorados y pelo recogido. Me maquillé un poco. Lo justo para ir arreglada sin sobrecargarme el rostro. Un poco de color, sombra de ojos y pintalabios rojo suave. Di un toque a Eric y vino a recogerme en menos de diez minutos. Bueno, fue su chófer, César, quien me recogió, en un coche lujoso negro. Destacó mucho en el barrio. Varios de los chicos se acercaron para cotillear. Quise largarme de allí en cuanto antes. Y entonces apareció Onai entre tanta gente. Me dio mucha vergüenza. No quise ni mirarlo, pero resultó imposible. Se fue acercando a mí, iluminado por la farola fundida que estaba al lado del coche.

—¿A dónde vas? —me preguntó con una sonrisilla forzada.

—No es de tu incumbencia. —me hice de pronto la dura.

—Vale, vale, fiera... Podría haberte llevado yo. —soltó una carcajada.

—Idiota. Déjame.

No sé si es que se quería hacer el gracioso delante de sus amigos o quería hacer ver que no pasaba nada cuando realmente le dolía. Yo simplemente me quise distanciar de él, hacerle ver que había sido una aventura de una semana y poco más. Me metí en el coche y cerré de un portazo. Él gritó:

—No te preocupes. Por suerte para ti, no soy celoso.

Hice como que no le escuché y miré hacia otro lado. Le pedí a César que se apresurase, y éste arrancó:

—Señorita, ¿ese hombre te molesta?

—Sí, mucho. No deja de acosarme. —dije sonrojándome recordando sus labios recorriendo mi piel y su...

—¿Quieres que haga algo al respecto?

—¿Hm? —interrumpió mis recuerdos. —¿Eh? No. ¡No! ¿Cómo...? No, no. Sin más. Me molesta con bromas. En el fondo tienen su gracia, aunque a veces se hace pesado. Lo conozco desde hace años, no quiero que le pase nada.

—Hay que tener cuidado con esa gente. No se sabe por dónde van a salir...

César aparentaba ser más reservado de lo que realmente era. Empezó a incordiarme. No sé por qué me sentí protectora respecto a Onai. No quería que le hiciera daño. Ni que se lo pensase, siquiera.

Espera... ¿por qué?

Ni me molesté en observar el paisaje a través de la ventanilla. Mi mirada se clavaba en el asiento que tenía de delante, en el cual se sentó Eric al poco rato. Llevaba una corbata azul, una americana y pantalón grises, y una camisa azul. Su pelo engominado hacia atrás y una espectacular sonrisa encima de su mentón cuadrado.

—Hola, Yanira, ¿te encuentras bien? —me preguntó. Su sonrisa brillaba tanto que incluso podría deslumbrarte. Pero...

—Sí, sí... Es sólo que estoy distraída.

—Vaya. Será una noche ligera, entonces.

Asentí con la cabeza. ¿Me atrevería a contarle lo sucedido? Quizá me perdonaba. Quizá quería continuar con la relación. Sin embargo...

—Eric...

—Dime.

—¿Qué es lo que tenemos...?

—¿A qué te refieres?

—Nosotros. ¿Qué somos? Empezamos como... follamigos, siendo claros. Y empezaste a cubrirme de atenciones que no necesitaba pero que me agradaron... —no me atrevía a mirarlo a los ojos, pero yo sonreía al relatar lo que decía, y sentía en él otra sonrisa. —Y tuviste detalles, y excursiones, y...

¿El Príncipe o la Bestia?Where stories live. Discover now