Capítulo Veinticinco

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No supe decir con exactitud qué era lo que había pasado, ni tampoco podía asegurar si lo que había visto había pasado de verdad o me lo había imaginado. La curiosidad me podía y observé bien a ese grupo de personas que habían aparecido de la nada. La mayoría tenían el cabello muy largo, pasado la cintura, y de un brillo casi reluciente. Parecían mayores, o eso era lo que vislumbraba desde lejos, tampoco podía decir de qué color eran sus ojos o mucho más ya que llevaban una especie de túnicas con capucha que no me permitían ver mucho más.

Eran cuatro, estaban en una especie de formación extraña, formando un rombo, y cada uno tenía distintos detalles en la ropa, haciendo que ese negro no quedase tan simple, les daba un toque todavía más misterioso.

No quería acercarme porque seguía estando en posición de defensiva, preparada para atacar si hacía falta. No me fiaba de esos intrusos, no sabía lo que querían, qué hacían aquí, a qué habían venido o porque parecían estar por encima de todos los que estábamos aquí. Desprendían una sensación de superioridad que venía acompañada por su actitud distante.

Mi primera idea clara sobre ellos era que quizá son brujos, que con sus poderes habían conseguido derribar las barreras con un hechizo poderoso o combinado. Pero no lo entendía, si fuera así los que estaban de guardia en las murallas hubiesen detectado algo, habían aparecido de la nada y sin previo aviso. Nadie se podía aparecer en el reino como si nada, me lo habían remarcado más de una vez. No se podían traspasar las barreras sin que un hada hiciera el hechizo que permitía el paso o sin romperla, y eso último era demasiado notorio para que no nos hubiéramos dado cuenta.

Observé en silencio el panorama esperando una reacción por parte de alguien, ya fuese por parte de Andrea, que estaba demasiado callada para mi opinión y no estaba haciendo nada, ni siquiera con la mano hacía gestos para organizar un ataque, estaba totalmente ausente. Tampoco hacían nada los otros guaridas que estaban aquí con nosotras, o esa gente, que estaban demasiado callados haciendo lo mismo que Andrea, observando en silencio.

Pasaba el tiempo, pero nada. Nadie hacía nada. Era como si todos estuvieran esperando un movimiento por la otra parte, una invitación para empezar la lucha.

Y yo empezaba a desesperarme con esta calma, solo hacía que me pusiera más nerviosa. Parecía la calma que precedía a una gran tormenta, y no quería que se desatase sin que yo pudiera hacer nada.

Noté cómo una de esas personas desconocidas tenían sus miradas clavadas en mí. Eso me hizo estar todavía más en alerta para lanzar un posible ataque preventivo, si me tenían tanto en el punto de mira era que quizá era su objetivo, que habían venido a por mí.

El ambiente había cambiado, era como si toda la calma y tranquilidad que se suponía que había y se respiraba, se hubiese esfumado de repente y eso solo quería decir que esa gente tenía mucho poder, demasiado. Tanto que había generado esa incertidumbre.

Imperdonable  ²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora