Capítulo 27. No te fíes de nadie

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María estaba aburrida, necesitaba hacer algo, pero no sabía ni el qué, ni con quién. Bruno tenía entrenamientos y Bea estaba perdida. Caminó sin rumbo fijo por los pasillos. Quizás lo mejor era ir a la cafetería. Ese era el lugar idóneo para conocer a más gente.

De pronto todo tembló. María corrió hacia los ventanales y trató de hacerse un hueco entre la gente para poder observar lo que estaba ocurriendo.

Un dragón, una hidra, un kraken y una quimera. ¡Era asombroso! Estaban tan cerca, y sin embargo no podía salir y poder tocarlos... Sentía tanta envidia por los 5 alumnos que estaban allí. Desde donde estaba no podía ver demasiado bien la escena, pero sí a las criaturas gracias a su enorme tamaño.

Los tentáculos del kraken se movían rápidamente desde dentro del agua; el dragón sobrevolaba el Morsteen; la hidra movía sus cabezas contra el suelo para atacar a lo que allí se encontrase; y la quimera corría ferozmente persiguiendo a algo o alguien. Era todo un espectáculo digno de presenciar.

Quizás algún día ella podría verlo desde fuera. Podía ser incluso que algún día ella estuviese conectada a alguna de esas criaturas. ¡Era algo increíble!

—¿Pero tú aún sigues aquí? —preguntó Claudia en tono burlón.

Esta vez no iba a intimidarla. María trató de poner cara de perro furioso, sin embargo el resultado no fue el esperado.

Claudia la miró confusa. ¿Qué le pasaba a la chica? Tenía una cara un tanto peculiar...

—¿Por qué pones cara de estreñida?

¿De estreñida? No, se suponía que era de furiosa, de poderosa... Debía de ensayarla más... Miró hacia el suelo. Claudia volvería a insultarla ahora...

—Claudia, déjala en paz —advirtió Bea que acababa de llegar.

—¡Oh, que miedo, una Natura! ¿Qué podría hacerme si no le hago caso? —dijo entre risas.

Bea estaba harta de esa actitud. No sabía porque era así con ella, pero ya no aguantaba más.

—¿Pero a ti qué te pasa? —preguntó furiosa.

María se giró aterrada, ¿cómo se le ocurría hablarle así a Claudia? Esto no iba a acabar nada bien.

—La anormalidad y la Natura, menuda pareja —respondió ella entre risas—. Para que veas que no soy tan mala, anormalidad, te daré un consejo —hizo una pausa—. Si lo que quieres es quedarte aquí, vigila mejor tus amistades. Ella no va a ayudarte a quedarte.

Dicho eso se giró y se fue alegremente dando pequeños saltitos. El entrenamiento ya habría acabado y podría juntarse con sus amigos.

María miró a Bea que estaba furiosa. Nunca la había visto así. Bueno, en realidad, tampoco la conocía demasiado.

—¿Vamos a tomar algo? —Le preguntó para tratar de rebajar el ambiente.

—Tengo clase ahora.

La joven sabía que no era cierto, pero no quería inmiscuirse en sus asuntos así que caminó hasta la cafetería y se sentó sola en un de las mesas.

Una joven de rasgos asiáticos se acomodó junto a ella. Tenía los ojos marrones y la piel como la nieve.

—Soy Isabel, encantada —le dijo con una gran sonrisa.

¡Se trataba de la chica a la que Claudia le había dedicado el discurso! La miró atentamente. Qué mal lo habría tenido que pasar. Claudia era cruel con casi todos, pero nunca la había visto ser tan despiadada. ¿Qué le habría hecho la chica para convertirse en su enemiga?

—María —respondió ella dándole la mano.

—¡Fuera! —exclamó Nicole quien acababa de terminar su entrenamiento.

María le miró algo confusa. No sabía muy bien a quién se lo decía. Isabel se levantó rápidamente y se fue. La joven castaña se sentó junto a la rubia. María la miró sin comprender nada. No conseguía captar a la chica. A veces era un encanto y otras veces, como ahora, un auténtico demonio.

—De nada. No sabes de la que te he librado. Ahora estamos en paz —dijo con una espléndida sonrisa.

—¿Perdón?

Ahora sí que no entendía nada.

—Ten cuidado con ella. Parece encantadora, pero tras esa inocente sonrisa se esconde todo un monstruo.

María seguía sin creérsela del todo.

—Y aprovechando que estoy de buen humor te daré un consejo. No te dejes pisar. No lo entiendes, aquí no todos somos amigos. Esto no es tu colegio de pueblo.

—No soy de pueblo —le trató de explicar María.

—No me interrumpas. Me da igual de dónde seas. Lo que te digo es que no te quedes callada porque si ven que pueden contigo irán a por ti.

María esbozó una pequeña sonrisa.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó algo confusa.

Sus amigos no es que fuesen muy amables con ella.

Nicole sonrió, se levantó y se fue. La verdad es que María le resultaba entrañable. Le recordaba demasiado a cuando ella era una niña y entró por primera vez aquí. La diferencia es que ella había contado con Nate y Bruno para protegerla.




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