Capítulo 21. Lo prometido es deuda

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Bruno caminaba sin parar de un lado a otro de su habitación. Tenía el corazón acelerado. Un mes y medio era una cifra irreal, y él lo sabía. Sin embargo, no temía por su vida, sino por la de su hermana. Él siempre había estado ahí para cuidar de ella, pero el día de la conexión la debería dejar sola ante la criatura que escogiese. Y conociendo a Nicky sabía que no escogería una de segunda...

Necesitaba descargar energía o de un momento a otro le daría un ataque. Salió de su habitación y comenzó a caminar por el pasillo sin rumbo fijo. Podría ir a entrenar, pero sabía que no era un buen momento. Estaba desconcentrado, y todo lo que haría sería perder su tiempo.

—¡Bruno! —escuchó que le gritaban.

Se giró y vio a María corriendo hacia él. La miró extrañado, ¿qué quería? Y sobre todo, ¿por qué gritaba su nombre en público como si fuesen amigos? Miró hacia los lados en busca de algún otro Domador. Por suerte no había mucha gente a esas horas, todos estaban en sus clases.

—¿Qué tal? —preguntó ella con total naturalidad.

Él arqueó una ceja. Qué chica tan extraña.

—¿Quieres algo?—preguntó él.

Ella lo miró confusa. ¿Es que acaso no recordaba que le había prometido ayudarla con sus habilidades?

—Me dijiste que me ibas a ayudar... —La voz de María cada vez sonaba más baja e insegura.

Bruno se quedó unos instantes mirándola. Sin duda era lo que menos necesitaba en ese momento. Tenía que ocuparse de su propia conexión, pero se lo había prometido, y él era una persona de palabra.

—Está bien, pero entrenaremos por las noches.

Ese era el único momento del día en el que nadie los vería. Además, durante el día él tenía entrenamientos y el tiempo no le sobraba.

El rostro de María se iluminó. ¿Por las noches?, ¿le estaría pidiendo una cita de forma disimulada? No podía reprimir su alegría.

—¡Perfecto!

Se notaba a leguas la ilusión en la voz de María. Bruno se quedó un segundo pensativo.

—Hoy si quieres podemos hacerlo ahora. Total no tengo nada mejor que hacer —dijo él encogiéndose de hombros.

La poca efusividad de él no provocaba que ella se sintiese menos feliz. Estaba emocionada de poder aprender y, sobre todo, de que él fuese quien le enseñase.

Ambos caminaron hasta la sala de entrenamientos.

—Entrenamiento de iniciación —dijo él y de la nada comenzaron a surgir diferentes objetos.

Un pozo, un pequeño trozo de tierra, una mesa con platos, un par de espantapájaros, una bola de cristal... María no cabía en su asombro.

La puerta se cerró tras ellos, era el momento de comenzar a practicar, o al menos de intentarlo.

—Bien, empezaremos con algo simple. ¿Qué te gustaría ser?—preguntó él.

Domadora. Claramente ella quería ser Domadora, pero esa no podía ser la respuesta o él se reiría en su cara.

—¿Natura?

No estaba del todo convencida, pero Bea era eso y era la única que parecía preocuparse por ella.

Él le miró y no pudo reprimir una carcajada.

—¿Natura?, ¿en serio? Es lo más cutre que hay... Son los más insignificantes —se burló él, pero a ella le daba igual.

Al fin y al cabo tendría que ir probando todas, así que ¿qué más daba por dónde empezar?

El joven se encogió de hombros. Natura... sin duda la chica tenía algo que le llamaba la atención. Quizá fuese esa inocencia que tanto escaseaba y hacía falta en ese lugar.

—Vale, camina hacia el terreno y pon tus manos ahí. Después cierra los ojos y concéntrate. Tienes que sentir la tierra y llamarla —explicó Bruno.

¿Sentir la tierra y llamarla? Eso era bastante cursi y extraño, pero María no quería ofenderlo así que le hizo caso.

Pasaron los minutos y la joven seguía sentada con las manos en la tierra, pero nada. Él comenzaba a impacientarse. Esa chica no tenía dones. La tierra no era lo suyo, el agua, según lo visto en la clase del profesor Quemada, tampoco. ¿Sería el viento? Eso esperaba, porque no tenía demasiado tiempo como para perderlo con ella.

—Déjalo y prueba con el viento.

María miró hacia todos los lados. ¿Dónde estaba el objeto para ensayar? Él la miró confuso, ¿qué buscaba?

—No veo ningún objeto. ¿Con qué practico?

Bruno comenzó a reírse como hacía tiempo que no lo hacía. Sin duda esa chica era única.

—Toda la sala está llena de aire. No necesitas nada más. Tan solo siéntelo.

María no estaba muy convencida de lo que el chico le decía, pero siguió sus instrucciones.

Nada. De nuevo, nada. Bruno comenzaba a perder la paciencia. No era tan difícil sacar tu poder. Estaba dentro de ti, solo había que liberarlo al conectar con los elementos.

—Esto no es lo mío, quizá sea una Domadora —dijo ella tímidamente.

Él la miró arqueando una ceja.

—Los Domadores controlamos todos los elementos y tú no controlas ni uno —respondió él de forma seca.

Sin duda María había roto todo el ambiente con esa frase, pero ya no había marcha atrás. Bruno comenzó a recordar cómo habían florecido sus poderes. No era la mejor forma, pero estaba desesperado.

—¿Sabes qué? Eres una niñata que se cree especial y que está gastando mi tiempo para nada. Bueno, mi tiempo y el de todos. ¿No te das cuenta de que no sirves? No tienes poderes, puede que casi los consiguieses, pero no. Lo único que haces aquí es molestar a todos. No encajas, no eres una de los nuestros. Lo mejor que puedes hacer es coger tus maletas cuanto antes e irte por donde has venido. Eres una persona normal y corriente, acéptalo —le dijo con todo su desprecio.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la chica. María trataba de limpiárselas, pero era imposible. No dejaban de caer, ¿por qué era tan cruel con ella? Solo llevaban un día practicando, ¿qué esperaba?, ¿un milagro? Él se había ofrecido a ayudarla...

—¡No tienes que ser tan cruel! —le gritó furiosa, y de pronto, pequeñas llamas salieron de sus dedos.

Con el enfado María ni siquiera lo notó, pero Bruno sí. Había logrado su objetivo. Eso sí, nunca se hubiese imaginado que ese fuese su poder. Hacía años que no había en el Morsteen una persona que solo controlase el fuego. Los Domadores lo hacían, pero como un elemento más. Si estaba en lo cierto la chica era una Ignis, y eso era una gran noticia, aunque por ahora mejor guardarlo en secreto hasta que estuviese seguro.

—¡Enhorabuena! Por fin sacas algo —dijo Bruno realmente feliz —. Mañana a las doce nos vemos aquí de nuevo —añadió y se marchó del lugar.

Ella no entendía nada, ¿qué acababa de pasar? 






Domadores  | #1 | (En Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora