veintiséis.

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Ninguna de mis doncellas pareció darse cuenta de que un demonio había estado en mi habitación la noche anterior. Seguimos la misma rutina de todos los días sin que Bathsheba o Briseida hiciera comentario alguno sobre ello; por mi parte, decidí no mostrar mucho la mano donde llevaba la sortija de Barnabas. Por si acaso.

Mordí mi labio inferior mientras sostenía la taza de té frente a mí y Bathsheba acostumbraba a acompañarme en la mesa. Recordé que el demonio rubio me había exigido tres favores, cuya naturaleza desconocía, de los que no podría negarme a cumplir; un escalofrío de pavor me recorrió de pies a cabeza. Había podido ver lo retorcido que podía llegar a ser Barnabas, cómo no había dudado en arriesgarse con tal de sacar de quicio a Setan; al menos, debía concederle, había sido sincero conmigo respecto a sus intenciones. A por qué quería llegar a esa extraña alianza.

—Eir —la llamada de mi doncella me hizo alzar la mirada de golpe; Bathsheba tenía el ceño fruncido y me miraba con preocupación: era evidente que aquella no era la primera vez que me llamaba—. ¿Te encuentras bien? Estás... distraída.

Dejé la taza intacta sobre la mesa y me encogí de hombros. Me reproché a mí misma mi torpeza, recordándome que debía tener cuidado de ahora en adelante para no llamar la atención de nadie; de no dar pistas que pudieran conducir a lo que había sucedido en aquella misma habitación la noche anterior.

—Ayer tuvimos invitados —comenté escuetamente.

La experiencia con los demonios me había enseñado a que podía intentar esquivar su don para detectar mentiras haciendo uso de una media verdad, y era cierto que la presencia de las gemelas y Barnabas había logrado alterarme; además del estallido de poder del Señor de los Demonios contra su invitado.

Conmigo había logrado contenerse en los jardines, pero con Barnabas no: con un simple pensamiento, había hecho que el cuerpo del demonio saliera despedido y chocara contra la pared. Por no hablar de su intento de asfixia.

Bathsheba fue capaz de imaginar lo sucedido en el comedor sin que yo tuviera que hablar al respecto. Su rostro se ensombreció, seguramente pensando en Barnabas, y frunció los labios en una mueca despectiva; quizá le hubieran llegado los rumores gracias a los otros demonios que vivían en aquel castillo.

—Barnabas adora empujar a las personas al límite —dijo en tono desagradable—. Disfruta con ello.

Eso debía concedérselo. Nuestro encuentro en el pasillo, cuando Setan me acompañaba hasta el dormitorio, había sido indicativo suficiente para saber que el demonio rubio había disfrutado como un niño pequeño; lo mismo que en el comedor, cuando se había atrevido a acercarse a mí hasta que Setan había estallado contra él por su calculada osadía.

Briseida entró en aquel instante en la habitación, con Rogue correteando tras sus faldas. Desde que la Maestra hubiera decidido hacer una invitación abierta a todos sus amigos demonios, era mi doncella quien se encargaba de sacar a la perrita del dormitorio para evitar que cualquiera de los posibles invitados pudiera toparse conmigo; aquel día había amanecido nublado y, desde la terraza, podía ver el encapotado cielo que presagiaba tormenta.

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