trece.

58.7K 5.8K 1.4K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Has tenido un buen día, Eir Gerber? —apenas me había aposentado sobre mi silla y el Señor de los Demonios ya estaba inclinado en mi dirección, apoyado sobre la mesa y rompiendo el silencio.

Me encogí de hombros. Después de que nuestro picnic fuera arruinado por la interrupción de la Maestra, el humor de mis doncellas también había decaído; me habían escoltado hasta mi dormitorio y Bathsheba se había quedado en la terraza mientras Briseida se disculpaba para abandonar mi habitación, alegando que tenía que bajar a las cocinas para devolver la cesta.

—Normal —contesté.

La mesa estaba lista, a expensas de que chasqueara los dedos y la comida apareciera por arte de magia. Su cercanía ya no me ponía nerviosa, e incluso había aprendido a mantener la compostura cuando tocaba temas sensibles y ya no me marchaba hecha una fiera del comedor; como tampoco mordía mi lengua a la hora de dar réplicas al Señor de los Demonios, quien no parecía enfadarse al escuchar mis filosas palabras. Tenía la sensación de que disfrutaba de nuestras discusiones, que siempre trataba de buscarme las cosquillas para que la conversación se transformara en un cruce de comentarios ácidos que intentaban convertirse en golpes bajos.

Cogí la servilleta que había sobre mi plato vacío y la coloqué sobre mi falda.

—He notado un ligero cambio... en ti —comentó el Señor de los Demonios, escrutándome con sus ojos anaranjados.

Ladeé la cabeza.

—¿Os referís a que he abandonado mi huelga de hambre? —pregunté con fingida suavidad.

Si quería salirme con la mía y cumplir mi amenaza, necesitaba recuperar las fuerzas... y negándome a comer no ayudaba en absoluto. Los ojos del Señor de los Demonios se estrecharon, continuando con su escrutinio; yo mantuve la calma, sin apartar la mirada ni un solo momento. Desafiándole a que hiciera algún comentario al respecto.

El Señor de los Demonios inclinó levemente el cuello.

—Ya no tienes el mismo aspecto apagado y consumido que mostrabas —apuntó con cautela, sabiendo que estaba caminando por una zona pedregosa entre ambos que podía estallar en una discusión.

Pestañeé.

—¿Eso quiere decir que... te encuentras cómoda aquí? —continuó.

Contuve una mueca, intentando que mi rostro no reflejara nada en absoluto.

—¿Si dijera que sí retirarías tu orden de que todos los que viven aquí se dejen ver? —repliqué—. ¿O temes que... haga algo? Como una de las chicas que elegiste, creo recordar.

El rostro del Señor de los Demonios se ensombreció ante mis osadas palabras. Había decidido usar como arma arrojadiza la insinuación que había dejado en el aire Bathsheba sobre qué había provocado que una de las elegidas viera lo que escondía las entrañas del castillo. El servicio del señor.

Queen of ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora