cincuenta y uno.

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El anillo resplandeció una última vez antes de apagarse y volver a su anterior estado

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El anillo resplandeció una última vez antes de apagarse y volver a su anterior estado. Muerto y frío alrededor de mi dedo. Barnabas había cerrado de nuevo el vínculo que nos unía, y yo no sabía cómo tomarme ese pequeño detalle.

Elara había recuperado su antiguo aire de esplendor, con el cabello negro cayéndole sobre el camisón blanco que llevaba y sus ojos azules despidiendo pequeñas chispas de un sentimiento que me resultaba amargamente familiar... venganza. Mi tía había aceptado acompañarme por el simple hecho de obtener una retribución por el daño que se le causó en el pasado.

La incógnita era contra quién de los dos, ama o sirviente, iba a dirigir esa furia ciega que había guardado durante tantos años.

—Puedes usar tu viejo dormitorio para esconderte —me recomendó y yo me erguí ante su orden implícita.

Enarqué una ceja.

—No vamos a volver al castillo esta noche —respondió Elara—. Es evidente que has tenido un día intenso y necesitas descansar. Ambas necesitamos descansar —puntualizó un segundo después.

—¿Cómo sé que no le irás con el chisme a mis padres? —le pregunté, sintiendo el sabor amargo de mis dudas en la boca—. ¿Cómo sé que no estás mintiéndome? Eres buena en esto, Elara.

Ella me dedicó una sonrisa encantadora y llena de peligro.

—Has confiado en un demonio en estos meses que has estado ausente, qué menos que confiar en mí —replicó.

Mi tía había mentido convincentemente a mi madre cuando ella había llamado a su puerta, afirmando haber escuchado mi voz. En su crueldad, Elara podría haber desobedecido mis órdenes y descubrirme ante ella; y había decidido no hacerlo, por motivos que ni siquiera tenía interés en conocer. Así que decidí darle un pequeño voto de confianza.

Al pasar a su lado, la mano de Elara me retuvo. El contacto de sus dedos sobre mi piel me arrancó un calorcillo familiar, señal de que nuestras respectivas magias se reconocían entre ellas, como dos viejas amigas que se reencontraban después de tanto tiempo. Ignoré el vuelco que dio mi estómago, y que no tenía nada que ver con la magia que corría por nuestras venas.

—No te muevas de allí —me indicó ella sin mirarme—. No hagas ningún ruido. Y deja que me ocupe yo de todo.

Mis labios se curvaron en una sonrisa llena de amargura.

—Me dijiste eso mismo cuando me mentiste y encerraste en ese cuarto oscuro —recordé, y percibí la tensión de Elara al acusar ese golpe bajo por mi parte.

—Ya no eres esa niñita asustadiza, Eir —me contradijo y con su mano libre tomó un mechón de mi pelo, observando la punta descoloridas y blancas—. Has cambiado.

Me libré de su contacto con premura, sintiéndome inquieta por aquel intento de halago por su parte. Una vocecilla dentro de mi cabeza no paraba de recordarme que aquella mujer que tenía delante no había sido capaz de amarme, ni siquiera cuando me tuvo entre sus brazos; pero había terminado por comprender a Elara y le daba la razón a Setan: había tanta oscuridad en su interior que no había nada que salvar.

Queen of ShadowsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora