8 - Temas delicados

80 14 17
                                    

—Ojos azules

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Ojos azules.

—¿Mmm?

Mjiern alzó una ceja blanca y torció los labios, fijando sus intensos ojos rojos en Nevan, quien —aún en cama—, jugaba con su almuerzo mientras ponía esa cara que ella y sus amigos habían bautizado como "ese gesto horroroso".

—Los humanos no tienen ojos azules, ¿verdad? —dijo él, picoteando su almuerzo de mala gana—. Tampoco los elfos. ¿Alguna vez haz visto un híbrido con ojos azules?

—¿Qué bicho te picó? —sonrió de medio lado—. No, Nevan, solo las hadas tienen ojos azules.

—¿Hadas? —le miro perplejo, haciendo un gesto feo con las cejas—. ¿Estás segura?

—Sí, tengo un par de décadas más que tú en el cuerpo y estoy bastante segura de que mis conocimientos sobre razas son un poco más extensos que los tuyos.

—Bueno, no tienes que ser una bravucona, caramba —rodó los ojos y ella se rió.

—Si quieres asegurarte la biblioteca tiene una sección dedicada a la gente feérica. Ve y fíjate.

—Eso haré.

—¿Y por qué la duda tan repentina? ¿Conociste a alguien?

Nevan sintió un escalofrío recorrerle toda la espalda al recordar la visión de la noche anterior. La imagen de aquellos ojos irreales había quedado grabada a fuego en su mente y sentía que le perseguirían por un buen tiempo. Y por si eso fuese ya poco, la carta guardada en la cajonera a la derecha de su cama parecía irradiar energía propia, exigiendo ser atendida.

—No es nada —dijo Nevan, obligandose a cambiar esos pensamientos—. Solo quería asegurarme. Nunca he visto un hada antes.

—Tú y tu manía por no dejar cabos sueltos. De todas formas un hada en Marvelir suena raro, no suelen alejarse de sus reinos.

—Quizás solo fue mi imaginación. O un sueño.

—O te golpeaste tan fuerte la cabeza en el último juicio que ahora ves cosas.

Tuvo que pasar poco menos de media semana más, entre mañanas enteras de estudio intensivo en la biblioteca, clases tediosas por las tardes y noches de hospital, para que le dieran el alta médica. Por supuesto, no sin las acostumbradas advertencias que rayaban en el límite de lo éticamente correcto decirle a alguien para que no sonara como amenaza.

La mañana que salió del palacio blanco envió un hechizo mensajero a donde sus amigos debían estar reunidos en la biblioteca, avisando que no iría, y decidió que la mejor forma de celebrar su reciente liberación, además de un contundente desayuno de comida chatarra, era ir a molestar al vago que tenía por tutor legal: Glen Bracklar.

El tema de su posible expulsión aún seguía dando vueltas por su cabeza y solo él podía darle las respuestas que quería, así que se dirigió hacia la Casa de Maestros.

El mago rojo | El Legado Grant IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora