Capítulo 14.

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Pasaron los días. Raquel logró hacerse independiente y conseguir una beca para vivir sola en su casa. No necesitó del mejor promedio del liceo, sino que se la ganó por ayudar incluso más que los profesores encargados en cualquier tipo de actividad. Charlotte y Christian nunca dejaron su rivalidad; sin embargo, ésta a su vez se hacía más y más pequeña en comparación con algo que crecían entre ellos, pues cada vez más eran las cosas que les gustaba hacer juntos o que requerían la ayuda de una persona extra. Por lo general, Charlotte pensaba en Raquel, pero ella se encontraba más ocupada que nunca así que recurría a Christian al no tener más personas en las que confiar, pues a pesar de ser muy conocida entre varios de los alumnos, Charlotte era ciertamente asocial, por lo tanto, sus amigos eran muy pocos.

La tarde de aquel día era calurosa. Como de costumbre, Charlotte estaba haciendo sus deberes académicos cuando recibió un mensaje.

–Hola Charlie –Charlie era el apodo que Raquel le había puesto a Charlotte cariñosamente.

–Raquel, ¿Y eso que me escribes?

–Perdón si te tenía olvidada. Mira, quiero que vengas a mi casa por favor, hay algo que me gustaría que hagas por mí, pero no es ningún trabajo, sólo quiero estar con alguien un rato. Extraño tu compañía.

Charlotte lo pensó por unos momentos. Miró su libreta y luego su teléfono. ¡Al diablo los deberes! Ella también tenía derecho a divertirse de vez cuando o, lo que parecía en este caso, a pasarla con su mejor amiga.

–¿Cuándo quieres?

–Ahora mismo. ¿Puedes?

–Sí, te veo en unos minutos.

La muchacha se fue a vestir con algo más decente que una bata de casa. Se puso algo ligero, pero cómodo y después de avisar, salió.

Raquel estaba preparando algo de comer para su invitada. Su aspecto se veía mucho mejor que antes; ahora se veía como realmente era y como realmente quería ser y no como una mujer que ganaba dinero sucio. Estaba feliz por este nuevo cambio, pero de todas formas, solía escribirle cartas a sus padres (mensajes que ellos no respondían siempre).

Pasó media hora y Charlotte no llegaba. Raquel se estaba preocupando, hasta que alguien tocó el timbre de su casa. Fue corriendo a abrir la puerta, para encontrarse con una Charlotte muy diferente a la que solía ver; ella se encontraba despeinada y estaba bastante agitada. Quizá de correr bastante o caminar en exceso.

–¡Charlie! –exclamó al verla. De una vez la hizo pasar a su casa, miró a ambos lados y cerró la puerta.

La sentó cuidadosamente en una silla. Sin mediar ningún tipo de comentario más que de preocupación, fue a buscar un vaso con agua y una toalla para que se fuera a bañar. Le prestó un cambio de ropa y le preparó un té de manzanilla para que se relajara un poco. Lavó su ropa y le pidió que esperara a que se secara.

–¿Qué te pasó? –preguntó Raquel después de haberse asegurado de que su mejor amiga estaba más tranquila.

–Disculpa por llegar tarde –fue lo primero que dijo.

–¡Eso es lo de menos! –exclamó–. Dime, ¿Qué te sucedió?

–Bueno, estaba saliendo de mi casa cuando de repente sentí que alguien me observaba. Creí que era Christian, pero no volteé, sino que haciéndome la tonta saqué un pequeño espejo que siempre llevo conmigo –Charlotte le mostró el espejo y Raquel lo tomó entre sus manos–. Era un hombre que jamás había visto en mi vida, al ver que saqué el espejo, miró hacia otro lado como creyendo que así me iba a engañar. De todas formas, también podría ser una trampa de algún secuestrador para que tomara una dirección diferente, por lo tanto me fui por un callejón a una tienda y, para no hacer demasiado largo el cuento, me burlé de ellos y busqué otro camino para venir acá. De verdad que no tenía ni idea de quién era ni que quería, pero a juzgar por sus seguidos intentos de averiguar mi paradero, se notaba que me perseguía.

Un Pronto Adiós. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora