Capítulo XI

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«Gritos que se esconden en canciones.
Sillas que no son para escribir.»


Yuri Plisetsky sabía que existían ciertas reglas en el orden actual del mundo, eran cosas que le había enseñado el abuelo Nikolai prácticamente desde que comenzó a hablar y su capacidad de raciocinio se hizo presente. Una de esas tantas reglas, por ejemplo, era que los omegas siempre estarían por debajo de los alfas e incluso por debajo de los betas, aún si estos no eran estrictamente carnívoros como los dos primeros.

Por otro lado, Yuri sabía que aún entre los alfas había clases y una familia mestiza nunca sería tan valiosa como una pura sangre, tal y como lo eran los Plisetsky, los Babichev y los Nikiforov en Rusia o los buenos Giacometti en Suiza. Después de todo, más de una vez había escuchado a las amistades de sus padres asegurar que las familias mestizas estaban compuestas en su mayoría por salvajes que todavía se dejaban llevar por los instintos.

Yuri creció aprendiendo esa clase de información, él sería el guía por el que toda la familia esperaba, el hombre que sucedería a Nikolai Plisetsky en el Parlamento, labor que mamá Yulia acostumbraba llamar "el negocio familiar" en cuestión de hacerse un hueco en medio de ese órgano político encargado de la promulgación de todas esas leyes que regían a los pueblos. El abuelo insistía en que de esa manera podrían llegar más pronto a la ansiada igualdad de especies. Yuri no sabía muy bien qué pensar al respecto, pues la manera en que le instruía no le parecía del todo adecuada.

Yurachtka vivió en lo que era la zona capital desde que tuvo memoria, en una mansión de tamaño más bien pequeño, pues el abuelo llevaba muy arraigada la idea de que ante el pueblo era mejor dar una presencia humilde para poder realizar mejor la labor de convencimiento y reunir un buen grupo de simpatizantes como los Plisetsky llevaban haciendo durante décadas.

La mayor parte del tiempo se encontraba en el colegio, tomaba el desayuno y la comida en dicho lugar y al volver a casa se encargaba de realizar sus tareas apresuradamente pero de manera perfecta, lo suficiente como para que el abuelo no tuviera que hacerle correcciones y después de eso pudieran dedicarse enteramente a sus lecciones particulares en la biblioteca.

A veces el pequeño tomaba la cena con mamá Yulia, en ocasiones papá Aleksey se les unía pero casi siempre se encontraba trabajando fuera de la ciudad y, aunque estuviera en casa, se trataba del tipo de padre que prefería que alguien más se dedicara de la educación de su hijo, así fuera Yuri el único que hubiera podido concebir con su querida alfa. "Los Alfa querrán a sus cachorros en la magnitud en que quieran a su pareja", quizás su padre no les quería tanto o tal vez ese tipo de situaciones eran a las que debían enfrentarse aquellos que se emparejaban sin estar destinados. Aunque, pensándolo bien, el abuelo siempre había dicho que encontrar a la pareja destinada era algo que no ocurría todos los días. Un verdadero milagro.

Otra de las cosas que Yuri recordaba de toda la vida era la enorme ventana de su habitación, la cual dejaba filtrar la fría luz del sol cada mañana por obra de las muy malditas encargadas mujeres del aseo, las cuales llegaban desde muy temprano a correr las cortinas para que no tuviera que sucumbir ante el ruido del despertador al lado de su cama, sino por culpa de la desgraciada luz matinal que le obligaba a abrir los ojos.

Aún ahora no podía reprimirse de sonreír ligeramente cuando recordaba que lo único bueno de ver corridas las cortinas era que, justo en el angosto alféizar, descansaba una alargada maceta de cerámica con tulipanes rojos y rosas intercalados. Su madre era la encargada de su cuidado, argumentando que la habitación de su hijo pedía a gritos un poco de vitalidad, fue que se dedicó a buscar esas endemoniadas flores que no requerían demasiada luz solar y que se consagró en mantener aquella maceta con botones y tulipanes hasta que la vida se lo permitió.

War of Hearts (Cancelada)Where stories live. Discover now