Capítulo X

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«Lágrimas que anuncian conclusiones.
Manos que no dan sin recibir.»


Leo de la iglesia dejó su abrigo al cuidado de la joven omega que le recibió esa tarde en la entrada del Ice Castle, era como si una vez que cruzabas el umbral del establecimiento te acogiera el mismísimo vapor de las pozas de aguas azufradas y pudieras olvidarte de una buena vez de la maldita humedad y el frío que en las calles te calaba los huesos.

Leo no iba a preguntarse cómo era que la familia Katsuki había dado con ese minúsculo paraíso en tierra de nadie, ni por qué demonios fue que se aventuraron a crear un negocio como aquel teniendo muchísimas más oportunidades de crecer económicamente en su tierra natal, sobre todo con la cultura que esos betas asiáticos tenían tan arraigada como si de una segunda piel se tratara. De algo había logrado informarse en sus minuciosas investigaciones al respecto.

Aunque Leo tuvo cuidado, no pudo evitar el que sus pasos dejaran un charco en el suelo de duela, por lo que vio a la muchacha con algo de pena, casi como si en esos momentos quisiera que le ofrecieran un jergón para ser él mismo quien secara su pequeño desastre.

— No se preocupe, señor. En unos momentos alguien del aseo vendrá a encargarse. — le aseguró la chica haciendo una pequeña reverencia antes de desaparecer en el interior del negocio con el abrigo entre sus brazos, una evidente invitación a que podía ingresar y disponer de los servicios que pudiera pagar.

Miró con cierto embelesamiento los alrededores. A simple vista el recibidor parecía ser un bar o pub tan acogedor que, de estar localizado en la urbe, bien podría pasar por un restaurante familiar al que pudieras pasar con parientes o amigos simplemente a tomar un café o celebrar el cumpleaños de alguno de ellos.

Los omega que ahí laboraban lo hacían con tal presteza, con una sutileza tal que las mesas que eran ocupadas por clientes y estos chicos no parecían estarse prestando para un intercambio acordado de servicios bastante más apasionados una vez que se decidieran a probar de las delicias que habían en la trastienda, sitio donde tenía entendido se ingresaba a las pozas o subías a las habitaciones. La chica del fondo en verdad pasaría por la pareja del alfa que le recibía los trozos de carne cocida directamente en la boca y el chico que atendía en la barra a dos omegas y un alfa que conversaban a las risas y carcajadas de verdad podrían ser solo un grupo de amigos disfrutando de la velada.

¿Qué de todo eso era en realidad una simple actuación de los atractivos anfitriones del lugar? Casi se creía la mentira de que estuvieran laborando ahí de buen agrado. ¿Cómo lo hacían? se preguntaba sin dejar de estudiar todo con las manos en los bolsillos del pantalón y paseándose entre las mesas como si de verdad le interesara ver la variedad.

Aunque no era como si prescindieran de electricidad, la luz que iluminaba la noche con ayuda de lámparas de aceite le daba incluso un toque hasta romántico al ambiente y resaltaba el brillo de la madera del suelo que seguramente era lustrada con ganas cada mañana. Allí donde mirara, había un detalle que te hacía pensar que eso no podía formar parte de una Zona Muerta y de no ser por su agudizado olfato de alfa, para él todos podrían formar parte de un mismo grupo social. Ninguno parecía valer menos que otro. Era como si la explotación de la especie omega perecedera quedase de puertas para afuera.

La mayor parte de las mesas estaban ocupadas y muchos de los comensales parecían en verdad interesados porque los clientes de la trastienda se dieran prisa en que se les cumplieran sus caprichos y que, en el mejor de los casos, no decidieran hacer uso de las habitaciones pues también tenían sus propias necesidades fisiológicas por atender. Leo lo notaba en el brillo de los ojos de los alfa, quienes a pesar de estar envueltos en tan amigable atmósfera no podían evitar de tanto en tanto devorar a sus agraciados y serviciales anfitriones.

War of Hearts (Cancelada)Where stories live. Discover now