Capítulo VI

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«De una escalera a la luna quizá... De un mundo que no deje nunca de hacernos soñar.»


En su mundo cuando una persona llegaba a la etapa de la adolescencia se pensaba que los mayores problemas a los que ibas a tener que enfrentarte eran: El no deshonrar a la familia a la que perteneces, comenzar a hacerte una idea acerca de lo que deseas que te depare el futuro y hacer valida tu jerarquía social buscando desde ya a la posible persona con la que tendrás tu progenie una vez llegado a la adultez.

Otabek Altin a sus dieciséis años en realidad no encontraba muchas razones para preocuparse por ninguno de los puntos anteriores, ya que desde la adolescencia temprana que había tenido que abandonar su hogar. La realidad era que no todos los nacidos como alfas lo hacían siendo afortunados de tener una cuna noble y acomodada, no en todo el mundo y no cuando eras criado en tierras salvajes, lejos de las urbes dominantes y con una familia numerosa en la que solo enemistandote con tus hermanos mayores podrías intentar formarte como el cabecilla de tu correspondiente clan.

Mamá quedó bastante más tranquila cuando el más pequeño de sus once hijos se despidió de ella informándole que se marcharía al norte del continente para no crear problemas y buscar mejores oportunidades. No sería ni el primer ni último muchacho de a penas trece años que dejase la localidad para ser una boca menos que alimentar para sus padres. Así a su madre no le quedó más opción que colmarlo de bendiciones y buenos deseos. Solo cuando el pequeño Beka se marchó fue que pudo exteriorizar el dolor que solo una omega podía sentir cuando uno de sus cachorros se marchaba de la manada antes de tiempo.

¿Qué podía decir en esos casos una simple omega que mucha suerte había tenido al contraer matrimonio con un alfa pura sangre de la región? Absolutamente nada sino deseaba ser mal vista, repudiada por su marido y posteriormente desechada, además de evitar poner en riesgo la vida de su siempre servicial y amoroso Beka. Ella no permitiría que el resto de sus hijos se metieran con él solo por intentar hacerse un hueco en la jerarquía familiar en la que ya existían otros cuatro alfas jóvenes batallando con el mismo objetivo.

Otabek se marchó y quizás no por los mejores medios, ni con ayuda de las más decentes compañías, pero logró hacerse de lo suyo en poco tiempo. Haber sido el menor de una familia de salvajes, con una diferencia de seis años entre él y Aybek, su hermano más próximo, definitivamente le ayudó a apañárselas en un área tan estirada y a su parecer vulnerable como lo era ese lugar que todavía muchos llamaban La deslumbrante Rusia.

Los habitantes de Rusia era fáciles de hurtar y manipular, de investigar, de trabajar, y a Leo de la Iglesia le había tocado instruirlo en el interesante y fino arte de robar, luego de haberle despojado de un par de frutas que él con mucho esfuerzo se había apañado del mercado dominical y todo sin darse cuenta de ello hasta que fue demasiado tarde. Ni siquiera fue que recuperara sus alimentos, sino que el vivaz muchacho agradable apariencia terminó apiadandose de él devolviéndose sobre sus pasos para hacerle entrega de media manzana mordisqueada y babeada en el mejor son de paz posible entre dos muchachos hambrientos y desgarbados en aquellos tiempos.

Leo venía de aquel continente justo del otro lado del océano, o eso le relataba y deseaba que no le estuviera mintiendo porque siendo solo unos meses mayor que él ya hacía que le admirase bastante junto con sus habilidades para hurtar dinero, artículos valiosos y sobre todo... secretos. Otabek descubriría, al lado de su primer gran amigo, que los secretos de las personas adecuadas podrían llegar a valuarse mucho mejor que cualquiera de las joyas más preciosas que pudieran robar.

Los secretos llevaron a las extorsiones y las pequeñas extorsiones les llevaron a trabajos cada vez más grandes. Los trabajos grandes a los trabajos peligrosos y estos a su vez les condujeron a encontrarse con una cara amigable y unos abrazos fuertes y asfixiantes. Emil Nekola llegó a ellos justo cuando a Otabek le tocó asistir en solitario a la zona muerta de la Unidad Federal 14, el extremo sur más alejado del centro de la capital. Solo debía encargarse de ser el perfecto infiltrado dentro de la administración de uno de los casinos más demandados del lugar, tomar algunos documentos en específico, memorizar ciertos datos relevantes y, si no se equivocaba, la paga vendría en forma de oro, no monedas ni billetes, sino oro macizo y puro. Pocas personas pagaban ya con metales preciosos.

War of Hearts (Cancelada)Where stories live. Discover now