Capítulo 16: La noche de autos (continuación)

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Joan, Pierre, Legrand y Simonet cruzaron el amplio corredor y regresaron al dormitorio.

-¡Aprisa! ¡Metámonos en nuestras camas! -indicó Joan.

-¡Ya vienen! ¡Ya vienen! -alertó Simonet, que atisbaba el pasillo desde la entrada.

-¡Simonet! ¡Escóndete en tu cama! -le reprochó Joan al borde de perder los nervios.

-¡Voy!

Los chicos se ocultaron en sus camas y se hicieron los dormidos.

-¡Joan! No podemos dejarles así -reflexionó Pierre al distinguir en la penumbra los rostros de los gemelos Pignon y de Marcel Pussé, sus compañeros reprobados.

-¡Ya es tarde, Pierre! Ya te he dicho que trataremos de ayudarles. ¡Por lo que más quieras, túmbate y cierra los ojos de una vez!

Instantes después, el grupo de sombras del que huían traspasó el umbral del dormitorio y permaneció en pie.

Una de ellas se destacó de las demás.

Se trataba de monsieur Gauvin, el portador del candil, cuyos resplandores pusieran sobre aviso a Joan y a sus compañeros.

Gauvin avanzó entre las camas de los internos semi adormecidos.

Otra sombra le acompañaba. Era fray Theodovicus, el abad del monasterio.

La tercera y última sombra quedó a la espera junto a la puerta.

Nada más apercibirles, Joan y Pierre se embozaron bajo sus sábanas y contuvieron la respiración.

Entre Gauvin y el abad desperezaron a los alumnos reprobados que, ajenos a lo que les depararía el destino, dormían plácidamente sobre sus camas.

-Vamos, levántense. Van a llegar tarde -susurró la voz áspera del tutor.

A Curcuff, Pussé y a los gemelos Pignon había que añadir otros tres alumnos más del curso de los mayores, lo que hací­a un total de siete infelices, a quienes se obligó a vestir y a ponerse en pie. 

-¿A... adónde vamos? -farfulló la voz vacilante de André Pignon, el mayor de los hermanos.

-Ya sabe adónde vamos: al Módulo de Formación. Así que hagan su maleta y tengan cuidado de no hacer ruido.

-Como usted diga, monsieur Gauvin.

Los Pignon eran chicos timoratos y sumisos que se avení­an a todo lo que se les dijese sin protestar, por lo que no pusieron pega alguna a cuanto se les ordenaba.

Curcuff por el contrario se mostró inquieto.

De los alumnos reprobados era el único que no habí­a logrado conciliar el sueño aquella noche. Las advertencias de Joan le habí­an colmado de intranquilidad, y las sospechas le corroí­an el ánimo.

-¿Adónde vamos? -preguntó desconfiado.

-Al Módulo de Formación, ya se lo hemos dicho. Y ahora, cállese y termine de embalar su maleta.

-¿A... a estas horas? Pero si llueve a cántaros.

-¡Cállese y no replique! Cómo se atreve, después del desastre de evaluación que ha hecho. Debería recapacitar y pensar en qué es lo que realmente quiere para su futuro.

-¡No! ¡Es todo una mentira! Nos llevan al caserón, ¿verdad?

Gauvin y el abad se miraron sorprendidos.

-¡Cállese de una vez! No querrá despertar a sus compañeros, ¿verdad? -reprendió Gauvin a su discípulo.

Los temores de Curcuff se propagaron a Olivier, el pequeño de los Pignon, que comenzó a sollozar débilmente.

El Internado de Saint MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora