Capítulo 15: La noche de autos

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Poco después de oscurecer, los internos fueron llamados al comedor para la cena.

-¿Qué creéis que estará haciendo ahora mismo? -preguntó Legrand a sus amigos.

Simonet no se habí­a unido aún al grupo tras ser enviado a la celda durante la función de Navidad.

-Démosle tiempo -contestó Joan-. No vendrá a reunirse con nosotros hasta que apaguen las luces y nadie pueda verle.

-¿Y qué ocurrirá si uno de nosotros reprueba?

-Permaneceremos unidos, ¿de acuerdo? Pase lo que pase, permaneceremos siempre unidos.

Legrand asintió.

Pierre por su parte callaba. Su desconfianza hacia Joan aún se reflejaba en sus pupilas.

En cuanto a Simonet, se hallaba en aquellos momentos allanando el despacho de Maxime.

Tras ser castigado, habí­a aprovechado para reptar por el conducto que descubriera Joan cuando fue castigado en la celda su primer día de clase y se había infiltrado con cautela en el gabinete del director.

Por fortuna, habí­a encontrado el cuaderno de las calificaciones abierto sobre el escritorio. Al parecer, Maxime no había terminado aún de transcribir las notas de los exámenes.

Simonet violó la intimidad de aquel libro, sin detenerse a pensar que tal vez fuera aquélla la primera vez que un alumno osaba hacerlo.

Uno a uno, fue recitando los nombres de los alumnos suspendidos, señalados en tinta roja con la palabra "reprobado."

-"Pussé, Marcel... Pignon, André... Pignon, Olivier... Curcuff, René..." Pobre Curcuff... ¡Mira que le avisamos!

Descubrió para su contento que Pierre no figuraba entre los suspendidos.

Aquello en cambio no significaba que hubiese aprobado el examen, sino que su nota no había sido aún trascrita al cuaderno de calificaciones.

Simonet se percató de ello y rebuscó entre la pila de papeles que poblaban el escritorio los exámenes de evaluación. Los halló. Quedaban muy pocos cuya nota no había sido aún copiada al cuaderno de calificaciones.

Enseguida dio con el de Pierre.

¡Estaba suspenso en el apartado de Historia!

Las chuletas no le habían servido para nada después de todo.

Las manos de Simonet temblaron al conocer que la vida de su amigo dependí­a de él.

Con nervios de acero, tomó la pluma de Maxime y con tinta verde estampó la palabra "aprobado" en el libro de calificaciones junto al nombre de su amigo.

Aún no había depositado la pluma en su tintero cuando sintió el eco de unos pasos aproximarse.

Simonet no podía regresar a la celda por el conducto, pues debía reunirse con sus amigos para informarles del resultado de su misión. 

Había pues de darse prisa en abandonar el despacho.

"¡Aprisa, Simonet, aprisa!" -le apremiaba la voz de su conciencia.

Colocó el cuaderno donde lo habí­a encontrado y ordenó el escritorio lo mejor que pudo. Acto seguido, se abalanzó sobre la puerta y atisbó por el umbral.

Era Maxime quien se acercaba por los peldaños de la torre donde se hallaba su despacho.

Aprisa, Simonet abandonó la estancia y se resguardó tras una de las armaduras de soldado que custodiaban la entrada.

El Internado de Saint MartinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora