25. La tarea de Dadne

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—¿Crees que Dadne haya logrado despejar la salida? —preguntó Seth dubitativo.

Mórrigan lo miró con expresión agresiva. Ella confiaba plenamente en su hermana, y por eso consintió que Dadne se separara del grupo antes de la emboscada, con el fin de encontrar una vía de escape. Resultaba casi una certeza que los soldados cerrarían las salidas de Karián, por lo que Dadne tenía una ardua labor por delante.

—No te molestes, Mórrigan, también confío en Dadne, pero no es una tarea simple —aclaró Seth.

El muchacho sonreía. Mórrigan reparó en que éste poseía una espléndida habilidad para mantener aquella expresión alegre, incluso en situaciones aciagas como la que atravesaban.

—Lo sé, pero Dadne no es una chica simple —respondió Mórrigan con seguridad.

En ese momento se dirigían hacia el este de la ciudad, lugar donde se comenzaba a apreciar cierta agitación, pues se veía a la gente abandonar las calles con premura. Además, habían visto conflictos entre habitantes que intentaban aprovechar la confusión para cometer deshonrosos hurtos y otros agravios. Seth deseó innumerables veces detenerse e interrumpir, sin embargo, la situación lo obligaba a ignorar semejantes injusticias.

—¡La gente está muy alterada! ¿No estarán exagerando? —preguntó Iris.

—Iris, algo más está ocurriendo en la ciudad. No sabemos qué es, pero la agitación está presente desde que arribamos a Karián, así que no se trata sólo de tu fuga —explicó Seth.

Iris se mostró pensativa desde entonces. La muchacha no permitía que los habitantes le vieran el rostro con facilidad, puesto que deseaba mantener el anonimato; esto no resultó complicado, dado que la conmoción existente privaba a los viandantes de cualquier capacidad para reconocer a Iris, o a cualquier otro transeúnte.

Los jóvenes, que ahora recorrían la majestuosa Karián sin la ventaja de sus caballos, evitaban las vías principales de la ciudad. En cambio, usaban caminos más despejados que, aun así, superaban la concurrencia propia de un pueblo como Kan, Anaer o Nido.


Dadne se arrimó a la pared de una alta posada de tres pisos, construida en un recodo que daba a la gigantesca calleja que habían recorrido al llegar a Karián. Desde allí podía observar la vigilada entrada del este de la ciudad, mientras intentaba idear un plan sin despertar sospechas. El lugar estaba desolado, pues los soldados habían bloqueado la entrada y despejado la vía con el fin de prevenir cualquier posible escape. A Dadne le pareció una astuta medida, puesto que cualquier aproximación resultaría más que evidente.

Sin embargo, los soldados no contaban con que ella conocía aquella vía, y sus hileras de edificios, casas y posadas tan serias, como la palma de su mano; en cada ocasión que visitó la ciudad en el pasado, siempre arribaba por el este y pasaba allí la mayor parte de su estadía, por lo que se sentía más que preparada para encontrar una vía alterna. La muchacha comenzó a escudriñar con la vista a los soldados.

Del lado interno de la entrada, adosada a la enorme muralla de piedra que indicaba los límites de Karián, se encontraba una pequeña caseta de madera, probablemente utilizada por los soldados encargados de vigilar diariamente el lugar. Era bastante ancha, pues Dadne no alcanzaba a ver toda su extensión desde allí, además contaba con numerosas ventanas y una entrada que daba a la amplia calleja.

<<Hay tres soldados fuera, y quizás uno más dentro de aquella casucha>> pensó la muchacha.

Se despegó del muro y se adentró en algunos callejones que, según su orientación, le permitirían acercarse con precaución a la caseta. Se movió agachada, procurando que los soldados no la detectaran incluso aunque estaba refugiada con los numerosos muros de las construcciones. Rápidamente alcanzó un amplio callejón que le permitió ver la parte posterior de la casucha. Vio que la construcción contaba con una ventana trasera, por lo que se acercó, aún agachada, y asomó la cabeza.

El Origen de un InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora