2. El forastero

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Gilda, la curandera del pueblo, permanecía ensimismada mezclando plantas y otros ingredientes que a Brígid se le hacían inusitados. La mujer era una jorobada anciana que poseía una cabellera canosa y ondulada, complexión frágil y una estatura similar a la de Brígid; su rostro era severo y rebosaba la experiencia obtenida mediante años de duro oficio en el pueblo de Nido. Según algunos rumores, su edad sobrepasaba los ochenta años, aunque Brígid dudaba de la veracidad de esas afirmaciones debido a la agilidad que exhibía a la hora de moverse.

Brígid permanecía sentada en un taburete con gesto pensativo, situada junto a un incómodo camastro con armazón de madera consumida por las termitas que la anciana usaba para sus pacientes y que, en esta ocasión, estaba ocupado por el extraño joven que apareció la noche anterior en Nido con numerosas heridas en el cuerpo. La muchacha comenzó a impacientarse pues, aunque ya era mediodía, aún no advertía ninguna reacción del desconocido de cabello castaño.

Ahora que se encontraba a escasa distancia, notó que el rostro del muchacho era fino, al igual que su barbilla, y rematado con una ancha mandíbula, además poseía una boca pequeña con un labio inferior prominente, una nariz delgada con un puente estrecho y el filtro muy marcado justo debajo. Era bastante alto, especialmente si era comparado con cualquiera de los presentes; asimismo era esbelto en la zona del abdomen, dando así la impresión de una espalda más ancha de lo que realmente era. Por último se percató del pequeño collar que usaba; se trataba de una pieza de plata con un medallón en forma de S.

El ambiente era tenso en la pequeña habitación, Brígid desaprobaba el hecho de que su padre hubiese asignado a dos miembros de la patrulla de Nido para vigilar al muchacho. Ella dudaba que fuese peligroso, sin embargo su padre era el responsable de decidir sobre temas de seguridad en el pueblo, y dada la delicada situación con los bandidos, no podía confiar en que cualquier extraño era inofensivo sólo por el hecho de que estaba herido. Los dos vigías descansaban en sillas colocadas a ambos lados de la entrada de la habitación, vestidos con camisas blancas y pantalones remendados; uno de ellos dormía merecidamente luego de hacer guardia toda la noche. La habitación que Gilda usaba para la curación resultaba bastante incómoda a Brígid, pues era bastante pequeña y no sobraba el espacio, incluso tomando en cuenta que, a excepción de la cama, las sillas y la pequeña mesa donde Gilda mezclaba sus remedios, no había ningún otro mueble.

El convaleciente musitó entonces algunas palabras ininteligibles. Los presentes reaccionaron bruscamente; el vigilante de turno se levantó y zarandeó a su compañero, luego tomaron, como prevención, dos pequeñas lanzas que habían dejado reclinadas sobre la pared. Gilda dejó de preparar sus mezclas para concentrarse en el joven. Brígid en cambio acercó lentamente la cabeza y exclamó:

—¡Hola! Mi nombre es Brígid.

El muchacho intentó levantarse de la cama, sin embargo el intenso dolor provocado por sus heridas lo hizo gemir, razón por la cual decidió permanecer sentado en el colchón del camastro. Observó a la joven, una esbelta muchacha con cabello oscuro y un pequeño lunar en la barbilla, luego miró en derredor. Los presentes se indignaron de la imprudencia de la chica, aunque no se impresionaron. Brígid en cambio aprovechó el momento para detallar los ojos color café del forastero.

—¡Hola, Brígid, yo soy Seth! —respondió alegremente el muchacho, con la correspondiente sonrisa de cortesía.

Gilda prosiguió con sus mezclas como si la voz del muchacho le hubiese dicho todo lo que necesitaba para confiar en él. La joven, en cambio, estaba ciertamente emocionada pues se trataba de una persona desconocida y quién sabe qué clase de historias podría contar. Entonces reparó en que la mano de Seth parecía estar completamente quemada.

El Origen de un InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora