8. La Muralla Verde

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Las pequeñas ramas crujían bajo los pies de Brígid. Probablemente no era más que el aburrimiento lo que la motivaba a atinarlas en cada paso que daba. Ya había entrado anteriormente al bosque, aunque nunca había recorrido más de unos cuantos metros del mismo; en esta ocasión ya eran horas de caminata. Ante ellos se presentaba un inmenso mar de árboles, ramajes y un sendero de tierra que servía a los mercaderes para cruzar la Muralla Verde.

Siguiendo la recomendación de Seth, Brígid y Leo vistieron ropas cómodas para el viaje, y procuraron transportar una carga ligera; ambos llevaban un pequeño hatillo y sables envainados colgados a la cintura, nada más. Brígid se colocó una blusa color mostaza con un pantalón sencillo, mientras Leo vistió con una holgada camisa blanca y un pantalón oscuro. Seth, en cambio, llevaba una chaqueta marrón encima, pues fue capaz de prever que la necesitaría en las frías noches bajo las estrellas, y por supuesto, también llevaba un sable ante posibles eventualidades.

La Muralla Verde era un lugar misterioso. Las personas solían recorrerlo siguiendo el sendero, y sin desviarse en ningún momento; por esta razón, poco se sabía realmente acerca de lo que allí había. Muchas veces los adultos de Nido advertían a sus hijos que no debían adentrarse en ese lugar, Sam incluido, por lo que Brígid, si bien no estaba realmente alterada, permanecía atenta.

Leo observaba ocasionalmente el cielo, o lo que alcanzaba a distinguir por las frondosas copas de los altos robles; parecía estar anocheciendo. El sendero le parecía eterno, incluso a pesar de que en realidad agilizara la caminata, y en su aburrimiento llegó a distinguir extrañas marcas en los troncos de algunos árboles, hechas por otros viajeros probablemente, aunque era difícil identificar posibles razones. Pudo escuchar en alguna oportunidad los disimulados ruidos de asustados animales, probablemente conejos, correteando de un lado a otro. El trío hubo de soportar el intenso zumbido de los insectos propios de una zona con aquella abundante vegetación.

Seth les indicó que se detuvieran levantando la mano.

—Falta poco para atravesar el bosque; la Muralla Verde no es demasiado ancha, por lo que mañana al amanecer habremos cruzado. Podemos tomar un descanso —comentó tranquilamente Seth.

—Bien, tomemos un descanso —respondió Leo. Brígid estuvo de acuerdo.

Los jóvenes se apartaron del sendero y, a no más de 15 metros, se acomodaron, reclinaron sus pertenencias en las rocas o simplemente las colocaron en el suelo, guardaron sus armas en los hatillos, tomaron asiento y finalmente comenzaron a charlar.

Brígid desatendía constantemente la conversación. Ella no deseaba pasar por alto ni el más insignificante pormenor de su aventura, de manera que detallaba constantemente el ambiente; en esta ocasión observó el ramaje, hojas e incluso algunos hongos dispersos en el suelo. Se fascinó en más de una ocasión con algunos animales que pasaban, u observando el hermoso dosel arbóreo que cubría las alturas.

Por suerte para la muchacha, el primer día de viaje había resultado bastante tranquilo, lo que le permitió apaciguar los nervios que arremetieron contra ella al momento de dejar Nido. Ahora ya estaba calmada y atenta, a la vez que fascinada por la fauna y flora de la Muralla Verde.

Brígid salió de su ensimismamiento para incorporarse a la charla; la plática fue tranquila, y aunque generalmente se refería a pequeñas ideas o consideraciones para el viaje, también conversaron sobre sus hogares.

—Leo y yo solíamos entrar diariamente al bosque, aunque nunca nos acercamos tanto al otro extremo como hoy. Recuerdo que solíamos buscar animales que no conociéramos, luego íbamos al pueblo y preguntábamos al respecto —explicó Brígid.

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