Dado que no era posible corroborar la veracidad de su argumento, Seth no le dio mayor importancia al tema. Notó entonces que Mórrigan y Dadne aligeraron el paso de sus monturas. Él hizo lo mismo al ver la gigantesca muralla de piedra, rematada con regulares almenas, y con altas e imponentes torres equidistantes entre ellas, que hacían imposible adentrarse en la ciudad sin ser visto. Más allá descollaban algunos gigantescos edificios, de los cuales Seth no pudo más que inferir su altura.

<<Por todos los Dioses, deben ser enormes>>

Al lograr salir de su estupor, Seth advirtió las diversas construcciones que lo rodeaban en ese preciso instante. Gran cantidad de pequeñas tiendas, casas, e incluso posadas construidas fuera de los muros. Una pequeña urbe en sí misma, erigida a las afueras de la imponente Karián.

La vía empedrada atravesaba aquel poblado lugar, y encaminaba a la gigantesca entrada a la ciudad. Mientras la recorrían, Seth dejó de escuchar el traqueteo correspondiente al galope de los caballos, pues éste era opacado por los murmullos y el ruido provocado por la multitud de aquella zona, y por las actividades que realizaban. Armeros, tenderos, comerciantes y niños jugando por aquí y por allá; el lugar resultaba abrumador para un simple pueblerino.

La entrada, formada por dos gigantescas puertas de gruesa madera, estaba abierta de par en par, y era vigilada por cuatro soldados uniformados con un manto de un opaco color dorado con un águila roja empastada, que yacía sobre una desprolija cota de malla.

<<¡Qué descuido!>> pensó Seth al ver a aquellos soldados, y comparar su vestimenta con la de los Inmortales y sus unidades.

Los tres jóvenes atravesaron la gigantesca entrada a la ciudad sin ningún problema, mientras los avispados guardias parecían examinar los carruajes de un grupo de desafortunados mercaderes. Ante ellos vieron, entonces, la colosal ciudad de Karián; abundaban las posadas de varios pisos, casas de arquitecturas recias, herrerías, panaderías y toda clase de edificios abarrotados de tanta gente como Seth nunca había siquiera imaginado. La amplia calzada de piedra permitía el paso de transeúntes, carruajes, caballos e incluso otros animales callejeros como perros. Seth estaba totalmente fascinado, mientras Mórrigan y Dadne no parecían tan sorprendidas.

—Espectacular, ¿no te parece? —preguntó Mórrigan mientras esbozaba la primera sonrisa que Seth le veía desde hace unos días.

—¡Así es! ¡Es enorme! —replicó Seth sin poder apartar la vista de la populosa ciudad.

—¡Debemos apresurarnos! Ya habrá tiempo para admirar la ciudad —recordó Dadne.

Mórrigan y Seth asintieron, de manera que prosiguieron con premura.

A medida que cabalgaban al centro de la ciudad, Seth logró escuchar variados e interesantes murmullos por aquí y por allá.

—¡No vayas al norte de la ciudad! Escuché que hay disturbios —dijo un hombre regordete a otro bastante delgado y con una larga barba.

—¿Ah sí? ¿Por qué?

—Al parecer hay Inmortales causando problemas.

—¿Y no se supone que estaban aquí para mantener la paz? Siempre supe que esos brujos no eran más que escoria —culminó exhalando un bufido.

Los hombres dejaron de conversar cuando notaron que Seth los escuchaba, y luego se alejaron con recelo. Esto le ocurrió en numerosas ocasiones al muchacho, que finalmente desistió y procuró adentrarse más en la ciudad.

Seth se sintió ligeramente abrumado en Karián puesto que no importaba qué tanto avanzaran, la multitud presente no parecía menguar; una confusa masa de gente abarrotaba cada una de las amplias callejas de la urbe. Dadne decidió pedir información, puesto que resultaría muy complicado descubrir el paradero de Iris por cuenta propia. Cabalgó hasta una anciana que descansaba reclinada a la sucia pared de una alta posada.

El Origen de un InmortalWhere stories live. Discover now