38 - Cerrando frentes

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El pasado nos pertenece, se nos clava en las entrañas y jamás nos abandona.

***

Siempre tomaba su café matutino en el mismo local desde hacía treinta años: una cafetería estilo Tailandés, donde servían las mejores cervezas y tenían el mejor café Tailandés y la mejor prensa deportiva de la ciudad. Y siempre se sentaba en el mismo sitio, junto a la ventana, en un precioso banco corrido de madera de castaño, desde donde podía observar toda la cafetería, la puerta, la inmensa barra de madera, la bonita camarera, treinta años más joven que él, la pequeña gramola de discos diminutos, que siempre sonaba a partir de las ocho de la tarde.

Lo cierto era que no sólo disfrutaba de aquellos deliciosos cafés mientras el tronar de algún partido de fútbol despertaba los improperios de los clientes, no, era la paz, aquel aire cálido que se respiraba, alejado del olor a frituras de la mayoría de los sitios de moda, del alboroto desagradable del resto.

Abrió el periódico y saboreó el primer sorbo de su café. Oyó el delicado tintineo del cordón trenzado con la campanilla de la puerta y levantó la vista. Allí estaba él, un domingo soleado, a una hora demasiado temprana para todo, incluso para su corazón cansado y atormentado. Un hombre de menos de veintiocho años, vestido con un fino pantalón de traje gris marengo y una camisa azul, ojos color oscuro iguales a los suyos quizá.

Permaneció expectante durante breves segundos, los suficientes para ver cómo se aproximaba a su mesa con paso firme. Indiscutiblemente era él.

Más de diez años habían pasado, pero lo identificaría en segundos entre una muchedumbre. Algo le decía que algún día llegaría ese momento, pero no así, desprevenido. No de aquella forma, asaltando su espacio, la calle donde vivía, la soledad rabiosa que necesitaba a esas horas.

—Hola, padre —le espetó con ironía.

No fue capaz de decirle una palabra, miró a su alrededor y volvió a fijar la vista en aquel joven.

—Tranquilo, te importunaré lo indispensable. —Se sentó frente a él y lo miró con los ojos levemente cerrados—. Cinco minutos, sólo eso.

¿Era aquél el pequeño niño que permanecía horas en la escalera de madera del sucio porche de la calle del Boulevard? Sin duda, su misma boca, sus manos pequeñas y sus mismas uñas. Todo eso lo comprobó en milésimas de segundo, mientras aquel extraño repiqueteaba con los dedos sobre la mesa de madera, sin proferir una sola palabra.

—Cometí un error y...

—No vengo a eso. Ni siquiera me importa qué pasó.

—¿Qué quieres, entonces?

—Me llamo Jimin. —Tenía una expresión de tristeza—. Ni siquiera sé si recuerdas mi nombre. —Se rió sin ganas—. Park Jimin.

Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una cinta de vídeo, la depositó sobre la mesa y la desplazó con los dedos lentamente.

—Mi mujer no sabe nada, ni mi hija... No he sido capaz en todos estos años de...

—No tenías ninguna obligación con nosotros, ¿verdad? Me educaste muchos años y luego... Eras tan importante para mí... Eras mi padre...

—Tú nunca has hecho nada. Te agradezco que te hayas mantenido al margen de mi vida. —Su voz sonaba melodramática, como si le suplicara compasión o quizá no pudiera disimular su miedo—. Te lo agradezco.

Jimin sonrió, al menos era su intención, aunque sólo le salió una mueca algo dantesca que empeoró los nervios del hombre.

—No me lo agradezcas hasta que veas esa cinta.

—¿Por qué dices eso?

—Llevo diez años esperando este día —dijo con tristeza—. Mira la cinta y cuéntale a tu mujer la verdad... porque si no... ella misma recibirá la misma copia dedicada.

Se frotó la frente nervioso y miró a su hijo.

—¿Qué es esto?

—Tu penitencia, padre... —Dicho esto, se levantó del banco y se puso bien la camisa con delicadeza.

—¡Por el amor de Dios, qué...!

—No montes un espectáculo. —Una inmensa tristeza impregnaba sus palabras—. No ahora. No vale de nada.

—¡Jimin! —le gritó mientras se alejaba—. ¡Jimin! —Nada.

***

Volvió a casa con la pequeña cinta en el bolsillo de su chaqueta de algodón. No sabía cuál era el formato de aquel aparato, no era un hombre amigo de la tecnología, por lo que por la tarde se acercó a unos grandes almacenes para comprar lo que allí llamaban adaptador, que no era más que una cinta aún más grande, con un pequeño compartimiento donde se debía meter la cinta pequeña. Esperó a que su mujer se durmiera, miró la pequeña chimenea que él mismo había construido y las fotos que descansaban sobre la piedra blanquecina.

Hyeyeon... Hye... su pequeña princesa. Llevaba días sin hablar con ella. Ahí estaba, con un vestido de algodón veraniego, unos calcetines blancos y un inmenso helado de chocolate en la mano. Nunca fue capaz de impedir que le cayeran los chorretones de cacao en los vestidos, hasta en aquella foto aparecía embadurnada de helado, intentando sujetar el cucurucho desesperadamente.

Se sirvió una copa de vino, uno de sus sabrosos riojas, y metió la cinta adaptadora en el vídeo. Se apoyó en el sillón reclinable y cogió el mando.

El estómago le dolía horriblemente; siempre había sufrido de esos intensos dolores cuando se ponía nervioso. Sesenta y cinco años son muchos años, al menos para un hombre que llevaba toda la vida trabajando de sol a sol.

—¡Santo dios! —susurró.

Las imágenes se agolparon en su retina con brutalidad. Un inmenso salón, su hija entre los brazos de Jimin. ¿Qué era aquello? La besaba, la hacía suya, la tocaba y la amaba como si fuera el hombre de su vida, mientras otro hombre más sonreía sutilmente, observándolo todo.

¡Santo cielo! Se llevó la mano al pecho, las taquicardias eran más intensas de lo normal.

¡No! No puedes hacer eso... ¡Es mi hija, mi hija! ¡Mi pequeña! ¡Lo único que pude proteger de mi terrible pasado y mi pecado!

La copa de vino cayó sobre la alfombra y, nervioso, se apresuró a apagar el televisor. No, no podía ser cierto. ¿«Hermanita»? ¿Acaso entre todo el horror del cual había sido testigo él había dicho eso? Ella no podía saberlo.

Lacabeza le daba vueltas y el corazón parecía salírsele del pecho. Se balanceócon torpeza y comenzó a llorar como un niño. Volcó todas las fotos de la repisade la chimenea. Si su mujer veía aquello, se moriría del disgusto.    

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hola :v soi io ya volvi de mi invernacion ... e.e  espero que le haya gustado el capitulo ya que tarde en publicar. </3 démosle fuerzas a jimin que se volvió a encontrar con su "padre"  ¡¡¡FIGHTING JIMIN!!!





Revenge » Min Yoongi; BTS✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora