Dos mil dólares a la mejor.

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Capítulo 2:

Masticaba mi ensalada tan tristemente, aunque estaba bien hecha. La lluvia de afuera no hacía más que decaer mi ánimo cada vez más.

La lluvia de afuera significaba que hoy no tendría la oportunidad de ver al entrenador sexy correr por la cancha.

Alan Stephen, era el segundo en mi lista de chicos sexys. Era mayor, tenía tatuajes y aunque no era una persona muy simpática, tenía un sex appeal que enloquecía a gran parte de la población femenina del instituto.

Tiene novia, es su único defecto.

Siendo sinceros, nadie sabe la verdad sobre sus relaciones. El tipo es un misterio. Existen un montón de teorías de por qué rechaza tan gravemente a las alumnas: una de ellas, es que está casado, pero que su esposa es alguien con mucho trabajo y por eso no se la ve por el día, una chica dijo alguna vez que lo había visto besando a una mujer en la puerta de su casa, y que la mujer cargaba una niñita. Otra, era que tenía una novia que estaba como quería, alguien que conoció en el gimnasio, y muy sexy, nuevamente, una alumna dijo haberlos visto juntos una vez.

Era patético. La respuesta podía ser simplemente que no le estaba permitido por la política del instituto acerca de la confraternización entre alumnos y profesores. Es bien sabido que es prohibido, no es como que él quisiera arriesgar su trabajo por una noche entre las piernas de una alumna sexy.

También existen apuestas corriendo entre el club de chicas. El premio va hasta los dos mil dólares a la primera que logre tirarse al profesor Alan Stephen.

Yo participo en la apuesta, al igual que Keila.

Al principio, fue como un poco de diversión y ya, pero finalmente la tensión de la competencia entre todas las chicas del instituto hizo de las suyas conmigo, y terminé escogiendo una estrategia que yo consideraba maestra para poder tirarme al profe.

La mayoría de las chicas tendían a mostrar sus piernas un poco demasiado durante las prácticas. Otras, aprovechaban a los ejercicios de estiramiento para respingar sus culos hacia el cielo con el propósito de que el profesor les eche un vistazo. Era estúpido, asqueroso y patético.

Yo, lo trataba con indiferencia. Y la verdad es que daba frutos, si consideras que tenía un montón de chicas que se le tiraban encima cada que podían. Sería como refrescante para él tener a una que no le salta encima. Sin embargo, a esto le agregaba unos sutiles toques de coqueteo como morder mis labios, o lamerlos cuando él me hablaba. Mover mi pelo, y lucir presentable ante él: sensual sin rozar con lo obsceno.

Él me hablaba a mí, a diferencia del resto de las chicas.

Todo este furor a cerca del profesor de gimnasio. Había llegado tan lejos para él, que el pobre Alan Stephen (nótese mi sarcasmo, uno creería que a los chicos les gusta estar rodeado de chicas, sin embargo es entendible) solicitó una profesora de gimnasio que lo ayudara.

Llego la profesora Nina Halley. Una mujer rubia, jovial y con una sonrisa muy bonita. Tenía mucha más energía que el profesor Alan, así que era muy cansador tenerla detrás de ti buscando que te movieras con tanta energía –o más— de la que ella tiene.

Sin embargo, fuera de las clases de gimnasia. La mujer era consejera estudiantil, y era el lugar al que siempre iba a refugiarme cuando tenía problemas con mis padres. Confiaba plenamente en ella, y era más como una hermana para mí que sólo la profesora Halley, ella decía que si lo necesitaba podía incluso dormir en su casa.

Camine fuera de la cafetería cuando el timbre me lo permitió. Prácticamente fui la primera en empujar las puertas y salir de ese lugar que me hacía sentir apretada, incómoda y encerrada. Los truenos se escucharon a través de las paredes de la sala a la que había llegado, y miré hacia la ventana viendo la lluvia caer con fuerza, como si el cielo lo hiciera por rabia.

Me senté sobre la silla que estaba frente al escritorio. Mordiendo mis uñas aburrida, y me quedé esperando en la oscuridad de la oficina donde estaba.

De repente, la puerta se abre. Mi boca de inmediato se abre con intención de comenzar a quejarme de mi vida otra vez, pero se cierra tan rápido como se abrió al darme cuenta de que no es la profesora Halley la que está en la puerta.

- Nina no pudo llegar por la lluvia. Y yo estoy tomando su lugar porque no tengo otra cosa que hacer, nuevamente a causa de la lluvia. ¿Necesita algo señorita Palmer?

- Necesitaba hablar con Nina. Pero puedo esperar a que venga.

- ¿segura de que no prefieres hablarlo ahora?

Esperé un fin de semana entero para poder descargar la tonelada de sentimientos que tenía revueltos en mi interior. Pero Nina no estaba en el instituto. Mirar la ventana y la lluvia caer por la ventana solo logró desesperarme un poco más. Estaba nerviosa.

Terminé sentada en la silla, y tirando un montón de malas palabras en el escritorio de Nina. Figurativamente. Solo que, recibí en cambio el rostro asombrado del profesor Alan.

- Mi padre me está volviendo loca otra vez. Ha estado peleando con mi madre solo por eso.- le digo- Sé que es importante para él que yo escoja una carrera, que estudie algo luego del instituto. Pero de verdad, me tiene hasta la puta madre que me exija que haga una carrera que solo a él le guste. Se lo dije a mi mamá, como Nina me aconsejó, pero ahora mis padres están peleando por que mi padre es un maldito grano en el culo que parece no querer salir de ahí hasta que acepte hacer la carrera que él me propone. – observo su rostro sin notar nada muy importante en él, así que decido continuar—no quiero ser médico, odio tener que tocar a algún desconocido. Odio ver sangre, odio ver heridas y no soy una persona que sea muy paciente con los niños. De hecho ni siquiera soy tolerante con la mayoría de las personas.

- ¿Por qué no le dices eso a tu padre?

- ¿crees que no lo intenté? Él afirma que se me va a pasar una vez que esté acostumbrada. Yo no lo creo.

- Okey...

- Eres muy malo haciendo esto...-le digo, dejando en paz el resto de mis sentimientos. Ahora tengo ganas de irme porque no siento que me ayude en nada –de verdad prefiero hablar con la profesora Halley.

- Lo siento.

- Tal vez debes dedicarte al deporte y ya. Te va mejor con eso—le oigo reír entre dientes por unos instantes y luego me relajo en la silla—creo que quiero salir de mi casa ya, irme y dejar atrás a mis padres sin tomarlo mucho en cuenta. Olvidarme de las exigencias de mi padre y demostrarle que puedo hacerlo sin que me lo ordene.

- ¿Qué quieres hacer tú?

- Neurociencia. Mi padre tiene la loca idea de que seré una nerd y que no conseguiré marido ¿sabes? Su mayor sueño es ser abuelo, y lo comprendo, pero no me gusta que se meta en mi vida. Tengo esta pelea con él desde hace mucho tiempo.

- ¿eres hija única?

- Sí. Mi padre admitió que quería un niño, pero el primer intento resultó ser una niña, y cuando volvieron a intentarlo, mamá lo perdió por problemas de salud. Tiene la presión alta, y casi la lleva a la muerte, papá decidió que no quería arriesgarse otra vez. Creo que se quedó frustrado...

- Así que intenta conseguir al niño contigo.

- Exacto—le digo con un suspiro.

Me quedo callada, impresionada de haber soltado gran parte de mi vida frente a una persona con la que no tuve nunca este tipo de relación.

El hecho es que, sin consejos y sin otra cosa qué hacer, salí de la oficina de la profesora, con el profesor siguiéndome para cerrar la puerta luego de despedirme. Al doblar la esquina, me crucé con una chica de anteojos que se veía algo impresionada, supongo que por algo que haya visto, sin embargo, no le di importancia y continué caminando.

Por la mañana, al día siguiente, mi boca cayó abierta ante la sorpresa más grande de toda mi vida.

Un sobre de papel, envolvía un fajo de dinero en el fondo de mi casillero. Eran dos mil dólares. 

Cruel Intentions #SA2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora