—¿Pero?

Indudablemente, y aunque intente inútilmente no demostrarlo, está enojado.

—No... —¿Cómo decírselo?

No sé si debo.

—Yo solo quiero saber por qué —determina en tono brusco, escogiendo por fin en cuál sofá sentarse. El que está frente a mí. Lo hace y sus manos ahora descansan a su costado. Ahí me mira dolido, desafiante.

—¿Por qué me alejé? —Mi voz tiembla. Él asiente sin dejar de verme como si resolviera aguantarse las ganas de decirme muchas cosas—. Te escribí una nota —le recuerdo y es como si mis palabras lo golpearan. Estirando su boca en una mueca, se echa hacia atrás cerrando por un instante sus ojos, suelta una risa gélida y en esa misma posición niega con la cabeza...

No fue la respuesta correcta.

Oli —empieza a recitar recuperando la compostura, aunque conservando en su rostro una sonrisa divertida—, escribo esto con el lápiz y papel que pedí a la recepcionista de la clínica...

—¿Te la sabes de memoria? —interrumpo, sin poder creerlo, lo que parece enfadarle.

Iba a marcharme sin despedirme —continúa mientras yo, avergonzada, no sé hacia dónde ver. Me siento expuesta—, aunque no porque sienta que no mereces una explicación, sino porque no-sé-que-decir...

Lo último lo dice estirando su boca en un gesto de dolor. Eso me hace estremecer hasta el punto de querer cubrir mis oídos. Para ya... Para.

Te amo tanto... —prosigue y tengo que darle la espalda para que no vea que estoy a punto de desmoronarme—. Pero, aun así, te ruego que no me busques. Estoy haciendo esto por mamá, por ti y por mí. Sobre todo por ti. Nunca olvides eso, pero si trata de olvidarme a mí...

En esa parte se detiene.

—Mírame, Andrea —pide con la misma voz fría y niego con la cabeza—. No voy a continuar hasta que lo hagas —reclama.

Todavía no estoy llorando pero mis ojos pican. Son tantos recuerdos. De cualquier manera, sabiendo que se lo debo, me vuelvo a girar hacia él. Es como un juez en este momento.

Siempre te amaré —añade, sin tan si quiera parpadear...—. Tampoco olvides eso... O tal vez sí...

—Oliver, yo... —Mi boca tiembla.

Mamá me está esperando afuera para irnos —me interrumpe al mismo tiempo que sus ojos se cristalizan. Oh, Dios—. ¿Qué más puedo decir? —sigue y mi corazón duele—. Sé feliz. Eres el mejor chico que he conocido y mereces más que nadie ser feliz. Te quiere, Andrea —termina en lo que yo aparto de mi cara la primera lágrima—. Ciento once palabras —dice ahora—. Ciento once, Andrea.

Bajo mi mirada esperando, quizá, que con ese gesto me disculpe un poco. —Tenía que hacerlo —digo—. No podía más... Tenía miedo.

—No me creíste capaz de ser fuerte por ambos.

—Yo necesitaba ser fuerte por mí misma, Oliver... Por ti —Ver dolor en sus ojos me hace sentir miserable—. Tú ya sostenías mucho por ambos —Mi voz es una súplica—. ¡Por Dios, te habían golpeado! Estabas en el hospital por mi culpa.

—Fui yo el que eligió irse a los golpes con Chris o cualquiera.

—Eras tan pequeño. Tan... bueno —Aparto más lágrimas de mi cara, recordando—. No merecías nada de eso.

—Tu tampoco.

—Ya te había metido en suficientes problemas —continuo explicando—. Mi reputación te arrastraba.

La buena reputación de Oliver Odom ©Where stories live. Discover now