Elías.

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Capítulo 29.

Elías.

—Oh, mierda— se quejó Duncan al caer de bruces sobre la tierra húmeda, y en cuanto le fue posible, con ambas palmas de las manos presionó su ojo izquierdo.

Buck le había sujetado mientras Hank le golpeó, finalizando con un puñetazo en el rostro, uno que dañó su mejilla y párpado.

—¿Qué sucede, niño bonito? ¿Ya no eres tan rudo?

—¡Jódanse!— gritó antes de escupirles, o mejor dicho, escupir en su dirección, ya que tenía ambos ojos cerrados debido al dolor que incluso se extendió al otro globo.

Estaba seguro que no había pasado más de dos días prisionero, el olor de una fresca noche y una asoleada mañana era la evidencia; pero su estancia en aquél viejo lugar había parecido eterna.

Escuchó las risas burlonas de sus captores, luego sus pasos y finalmente la puerta de madera al ser cerrada.

Sólo así el castaño dejó escapar un gemido de dolor, haciéndose un ovillo sobre su costado, estaba dispuesto a no darles satisfacción a esos infelices, prefería tragarse sus sollozos y sólo dejarlos salir cuando estuviera en privado. Trató de girar un poco para acomodarse sobre su espalda y no fue posible, le ardía demasiado; no estaba seguro si la fusta había roto su piel o no, pero la molestia en esa parte de su anatomía era muy fuerte.

Aunque Duncan creía en la existencia de un ser divino, no era dado a las oraciones y ceremonias religiosas, sin embargo, no supo en qué momento comenzó a rezar en silencio. Sus plegarias se detuvieron cuando, minutos después, Hank y Buck regresaron, lo levantaron por los brazos y a empujones y trompicones fue guiado a otro lugar. No podía distinguir con claridad porque la sangre que brotaba de sus cejas y la hinchazón de sus párpados le impedía abrir bien los ojos. Pero supo que las cosas empeorarían cuando percibió el calor inminente en el aire y el olor a metal fundido.

—Nos entretendremos un poco más en lo que el jefe y los demás chicos regresan— dijo Hank.

Duncan apropósito dejó su cuerpo lánguido y flojo, de esa manera estaría más pesado y sería difícil de manejar por sus captores. Aun así, ese par se las arregló para atar a su prisionero: lo inclinaron sobre una mesa de tal manera que quedó doblado en un ángulo de noventa grados, con los pies en el piso, el pecho y estómago estaban pegados a la tabla y los brazos extendidos a los lados. Si pensaban azotar su trasero esa era la perfecta posición, pero no, Hank y Buck tenían algo peor planeado. Duncan mordió su labio inferior con fuerza hasta hacerlo sangrar, evitando gritar cuando el primer corte en su espalda fue hecho casi al mismo tiempo que la plata líquida fue derramada sobre su espalda desnuda y herida.

...

Mauricio caminó silencioso por el pasillo hacia las escaleras de la gran casa, Julián había sido llamado para una reunión poco después del mediodía y él se había aburrido en la habitación. El día anterior Julián se había metido a la cama y Mauricio lo único que pudo hacer fue acompañarle, a media noche el joven alfa se refugió en sus brazos y le agradeció por enésima vez permanecer a su lado.

El humano suspiró y se detuvo cuando llegó a las escaleras; las palabras de Bernardo le habían caído como balde de agua fría, él tenía razón, por eso ahora estaba decidido, no sabía absolutamente nada sobre este nuevo mundo, así que tendría que prestar mucha atención y, si era necesario, preguntar y estudiar mucho, sería un digno compañero del primogénito del alfa. Estaba a punto de dar el primer paso para comenzar su descenso cuando, debido al sonido de un par de vehículos arribando por el camino de grava, regresó sobre sus pasos y miró por uno de los grandes ventanales, los vehículos eran desconocidos para él. Permaneció allí de pie, mirando con atención; entonces vio que del primer auto bajaba una chica de cabello corto y oscuro, era alta y delgada, mientras que del lado del piloto descendía un hombre de semblante serio y cabeza completamente afeitada que contrastaba con su tupida y arreglada barba recortada en "forma de candado". En el segundo auto venía de igual manera una pareja, ella no tan delgada como la primera mujer, se notaba atlética, de cabellera oscura, pero recogida en una alta coleta; el chico, por el contrario, no parecía tan rudo como el primero, mucho menos con su complexión delgada, piel clara y larga melena rojiza que descansaba trenzada por todo lo largo de su espalda. Miró mejor a los recién llegados, sólo la mujer de cabello corto no traía un arma colgada en la cintura.

MoonlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora