En el callejón.

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Capítulo 1.

En el callejón.

—Si en una intervención algún paciente llegase a morir no podría soportarlo— declaró con pesar Efigenia, —no quiero ser una asesina.

—Deja el dramatismo— le reprendió Mauricio; —siempre sueles exagerar las cosas.

—No me digas que nunca habías pensado en ello; eso podría ocurrir.

—Lo sé, pero no hay que ser pesimista; además no sería algo apropósito.

—Eso es obvio— dijo la chica. Efigenia era bajita y risueña, su largo y esponjado cabello castaño y rizado la hacía ver mucho más pequeña de lo que era. Ella y Mauricio eran amigos y compañeros de escuela, a pesar de la diferencia de edades se habían vuelto inseparables; sus personalidades compaginaban muy bien.

Mauricio era tres años mayor que sus compañeros en general puesto que en la adolescencia había dejado de estudiar un par de años debido a la pérdida de sus padres en un accidente automovilístico, desde entonces se había quedado solo. Ahora trabajaba además de estudiar, veterinaria para ser precisos.

—Allí viene— dijo ella apresurando el paso para llegar casi junto con el autobús a la parada, —no olvides que tenemos clases prácticas mañana.

—Gracias por recordármelo— dijo él levantando la mano para despedirse; el colectivo ya se estaba deteniendo; —nos vemos.

—Hasta luego— exclamó antes de pisar el primer escalón.

Mauricio observó el autobús partir y en cuanto estuvo fuera de su campo de visión continuó con su caminar, el cual consistió en sólo tres pasos antes de subir a su bicicleta. Efi, como la llamaba, era como una hermanita para él, esa que siempre estaba dispuesta a escucharlo y también a pedirle consejos; esa que lo aceptaba como era y nunca le cuestionó sus gustos sobre los chicos.

Ajustó los anteojos sobre el puente de su nariz antes de pedalear con más fuerza y velocidad, debía darse prisa sino no llegaría a tiempo a su trabajo.

Por las tardes-noches Mauricio solía servir bebidas en un discoteca, si sonreía lo suficiente ganaba buenas propinas por parte tanto de hombres como de mujeres, no podía quejarse por ello. Y los fines de semana ayudaba a descargar los camiones que surtían de mercancía a los supermercados.

Llegó a su austero departamento, o mejor dicho su estudio, y dejó caer sus cosas en el único y viejo sofá de lo que podría ser la sala; buscó algunas prendas en los cajones del buró, tomaría una ducha antes de comenzar a hacer su tarea, luego comería algún sándwich, o lo que las sobras de la semana le permitieran, antes de ir a la discoteca.

~*~

La jornada en el Red Sky fue ajetreada, pero bien había valido la pena, aunque una chica le manoseó el trasero no pudo quejarse demasiado puesto que estaba pasada de copas y el muchacho que iba con ella se disculpó. En el baño del personal se lavó la cara y se quitó las lentillas de contacto, nunca le habían gustado, sólo hacía uso de ellas por la "necesidad de lucir bien" para los clientes, al igual que su cabello: largo hasta los hombros y de un color castaño claro que parecía rubio cenizo; esta vez lo dejó atado y sólo se colocó sus viejos anteojos de marco grueso.

Se despidió de sus compañeros, los que se quedaban casi hasta amanecer, y salió por la puerta de acceso lateral; pronto serían las doce y el clima era frío, notó el vaho salir de su boca y se ajustó la bufanda antes de tomar con firmeza su bicicleta; pensaba caminar con ella algunas cuadras antes de subir.

MoonlightWhere stories live. Discover now