Capítulo 59: Todos me dejan

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—Sabes muy bien que tu madre no te dejará nunca ni siquiera por su enfermedad. No estás solo, Diego. Nos tienes a Cassia y a mí también y estaremos siempre que lo necesites, si no me equivoco ambas somos mujeres y nos quedaremos contigo porque te amamos.

Nunca había sido yo la que intentara consolar a alguien hasta que me reencontré con él, siempre era la victima, la pobrecita, la depresiva, la anoréxica y por eso nadie venía a mí por un consejo o algo. ¿Qué de bueno podría decirle alguien que estaba completamente rota? Supongo que los pedacitos de mi novio —también roto— encajan con los míos y por eso ambos nos contenemos y nos consolamos cuando es necesario porque eso es lo que hacen las personas que se aman, ¿no? Son capaces de dejar sus propios problemas de lado por la otra persona y ambos lo hacemos.

Parece calmarse con lo que le digo y seco sus lágrimas con mis manos, luego lo beso sin importante que sus besos tengan sabor a whisky. Aparto las mantas de su lado de la cama y lo ayudo a acostarse, luego me meto yo en la cama y me quedo mirando el techo, él me abraza de lado lo que es un alivio porque lo que menos quiero es que haya alguna posibilidad de que se ahogue con su propio vomito de lo ebrio que está. Apoya su cabeza en mi pecho y siento que su respiración cada vez se hace más lenta, cuando suelta un leve ronquido puedo liberar todo el aire que estaba conteniendo. Llegó bien, está borracho pero vivo y eso es lo que me importa en estos momentos, no quiero ni pensar lo que hubiese sido de mí si le hubiese pasado algo luego de nuestra discusión. 

***

Despierto a la mañana siguiente con Diego todavía en mi pecho, lo quedo observando con atención, se ve tan relajado, parece tan niño que lo único que quiero es quedarme observándolo todo el día. Decido no ir a la universidad hoy ya que por un día que falte no va a pasar nada y mi novio me necesita pero mis planes de quedarme observándolo se ven interrumpidos por el monitos de Cassia en el que escucho su llanto de hambre. Sí, tiene tipos de llanto para cada cosa. El deber de madre me llama así que aparto su cabeza con cuidado y me levanto a verla y como la cocina me queda de camino, paso a calentar el agua para preparar la leche.

Entro en su habitación y mi hija deja de llorar apenas me ve, me sorprendería si no fuera algo de cada día. Me acerco y comienzo a hacerle cosquillas porque su risa es algo que me llena la vida de alegría aunque el mundo a mi alrededor se esté desmoronado y la lleno de besos antes de tomarla en mis brazos y llevarla a la cocina. Con un brazo la afirmo a ella y con el otro preparo algo para comer —pan con queso o algo así, no muy elaborado—, Diego no tarda en aparecer con una cara que hasta yo siento pena por la resaca que debe tener.

—Buenos días —digo en un tono cantarín y bastante alto a propósito y veo que funciona porque él hace una mueca de dolor y se lleva una mano a la cabeza. Por más que lo ame y lo haya dejado dormir en mi pecho, sigo enojada porque se vino conduciendo en ese estado. Se merece esa resaca.

—¿Cómo llegué hasta aquí? —pregunta todavía un poco desorientado.

—¡Conduciendo como un adolescente idiota! Podría haberte pasado cualquier cosa, Diego. Ya deberías haber superado la etapa en que piensas que eres invencible, bueno, por si no lo has notado te aviso que no lo eres, podrías haberte matado —¡Dios! Estoy sonando como mi mamá.

—Siento haberme emborrachado, fui muy inconsciente e irresponsable.

—No estoy molesta porque te emborrachaste, estoy molesta por cómo te viniste hasta acá

—Lo siento.

—Ya lo sé —saco un ibuprofeno de una de las cajitas en alto y se lo entrego con una media sonrisa. Él me mira confuso—. Para el dolor de cabeza.

Me sonríe él también y se lo toma sin siquiera pensarlo, podría hasta haberlo envenado y él ni lo sabría pero eso solo me demuestra que confía en mí y yo debería comenzar a hacer lo mismo con él.

—¿Por qué no te das una ducha antes de que nos emborraches a nosotras? —le pregunto sin una gota de maldad, riendo solo un poco—. Apestas a Jack Daniel's, al menos te emborrachaste con algo bueno, hubiese sido con cerveza escudo o algo así y no te dejo dormir en mi cama, mucho menos en mi pecho.

—Es una suerte que haya llevado mi tarjeta de crédito entonces, si no hubiese estado obligado a dormir en el sillón.

—Claro y no solo la noche anterior, toda la semana.

—Eres mala.

—Lo soy —respondo orgullosa con una sonrisa.

—¿No tienes que ir a la universidad?

—Me tomé el día libre para estar con mis amores, pero advierto que no te besaré hasta que salgas de la ducha —dejo a Cassia en su silla para poner la leche en su biberón sin que haya riesgo de quemarla y lo miro otra vez—. Será mejor que te apures si quieres desayunar con nosotras y luego tenemos que hablar.

Su mandíbula se tensa inmediatamente, creo que piensa que volveremos a discutir pero todo lo contrario. Pienso abrirme a él y contarle algunos de mis secretos, el resto supongo que se irán sabiendo con el tiempo.

—¿Hablar de qué?

—De la caja de cartas que encontraste en el armario ayer.

Cartas a BenjamínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora