Epílogo

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¿Nunca has sentido el vacio cuando te das cuenta del valor que tenía aquello que ahora has perdido? Pues yo sí. Y créanme que no es un sentimiento nada bonito.

Mi decisión se repite una y otra vez, no me arrepentía pero debo de admitir que como mínimo quería despedirme, no podía perdonarme el hecho de que ella hubiera llorado por mí y aun que fue un hermoso gesto de parte pero jamás olvidare su rostro al estar frente a mí.

— ¡Papi! —la niña se acerco a su padre huyendo de su madre quien tenía el jabón en mano.

Los años pasan y todos cambiamos, de altura, apariencia, personalidad o cosas por el estilo pero yo ya no podía. Mi oportunidad se había ido hace un buen tiempo pero era por una razón buena y que sin duda repetiría sin duda alguna.

— ¡No me quiero bañar! —de tal palo tal astilla.

Pensar que en algún momento era mía me provocaba una sensación de vacío y completa soledad. Ya estaba condenado a la soledad pero cuando lo recordaba sentía algo indescriptible que odiaba.

—Aida, dejala en paz.

Cuando era un pequeño niño que lo único que sabía hacer era colorear de lo más horrible, comer, dormir y hacer berrinche, era muy tímido me costaba mucho relacionarme con las personas a diferencia de ella que era una loca que acababa de ser expulsada de del psiquiátrico o algún manicomio. Simplemente llegaba, saludaba, te invitaba a jugar y con eso bastaba para darte cuenta de lo increíble y loca que puede llegar a ser.

Creo que si un ciego hubiera conocido mi situación él con su discapacidad me hubiera dado un buen zape y me diría que ella era un tesoro y vaya que lo es solo que mi inmadurez me impidió darme cuenta de esto. Menudo error.

—Entonces tú la bañas—lo amenazo, bueno supongo que aun que los años pasen Aida Ollard siempre seria Aida Ollard.

—Por mí no hay ningún problema—se encogió de hombros como si el bañar a una pequeña bebé fuera algo de cosa nada. —Me encanta bañar a esta preciosura—levanto a su hija mientras que ella reía con energía.

—Por lo menos ella es un poco más tranquila que su madre.

— ¡Dana! —Aida se acerco a su hermano mayor dándole un fuerte abrazo.

—Hola Bestia—revolvió su cabello con cariño.

— ¡Tío! —la niña corrió a los brazos de Daniel quien la levanto y fingió que la pequeña niña de tan solo 2 años volaba por los aires.

Solía pasar mucho tiempo aquí pero no siempre era así ya que en ocasiones salía de mi rutina y me alejaba para poder vagar un poco por las calles pero siempre regresaba con Aida, era mi obligación y lo hacía con mucho gusto. Creo que no pude haber recibido un mejor castigo.

¿Creen que todo es ir al infierno o al cielo? Pues la verdad no es esa. También estaba el castigo terrenal. Castigo en donde quedabas en medio de la vida y la muerte.

Quede condenado a estar el resto de mis días con Aida pero no del modo que seguramente piensan, no, me había convertido en su ángel guardia. Tenía que cuidar que nada le pasara y siendo honesto creo que no pudo haber "castigo" mejor. Permanecería su lado aun que no del modo en que quisiera pero era mejor que estar completamente apartada de ella.

Simplemente no podía vivir sin ella.

Era un calvario que no quería volver a vivir.

—¡Vaya! ¡Por fin apareces después de tanto tiempo!

—Estaba ocupado—se excuso. Claro, ocupado.

Durante mis últimos días me di cuenta del grave error que cometí al querer forzarla a quererme pero quería creer que ella me quería. O tal vez solo era mi necesidad y egoísmo de no querer aceptar mi fuerte realidad, una realidad en donde ya no tenía oportunidad en recuperarla. La cosas se habían puesto más tensas y serías después de su huida.

UnidosWhere stories live. Discover now