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Capítulo • 9

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Volví a la tarea de preparar la pasta italiana con violencia. En mi mente se proyectaban imágenes taciturnas de la noche de Navidad.

Un golpe, sangre, dolor en mi mano, mi garganta lastimada. Todo lo que Killian dijo debió ser cierto.

Tenía que disculparme con Nick.

—¿Estás tratando de añadir un nuevo ingrediente a la pasta? —cuestionó Lizzy, observando sobre mi hombro los cortes que realizaba a tres filas de zanahorias—. Algo así como dedos, ¿tal vez?

Afiné el corte de mis zanahorias con efusión. De inmediato, una mano a la derecha me arrebató el cuchillo con brusquedad.

—Oye, te vas a lastimar —advirtió Simón, con la misma mirada dura que usaba para advertirnos que la carne ya tenía suficiente sal.

—Sé cortar zanahorias...

—Y yo sé llamar al cirujano. Déjenla vivir —soltó Jane, del equipo de los profesionales, trasladando una olla de aluminio detrás de nosotros—. Rikan quiere una pileta de sushi. Una embajadora de Japón vendrá hoy a hablar con el señor Collingwood y los quiere apilados en montaña.

—¿Sabes si vio mi proyecto de investigación? —pregunté esperanzada.

Había trabajado tanto en ese proyecto, que pensé que valía la pena presentarlo a un restaurante real, donde tuviera la oportunidad de ver la luz y no se quedara en el olvido de un archivador en la universidad con un simple sobresaliente.

—Ah, el proyecto de nombre... Exótico. Sí, dijo que es una basura igual que todo lo que sale de esta cocina y que si veía otra cosa como esa se regresaba a París —dijo antes de dar media vuelta y desaparecer en la cocina de los profesionales.

—Bruja maldita —murmuró Aly, clavando las dagas de su mirada en la puerta que dividía la cocina de los profesionales y la de los becarios, que a veces también era la de los profesionales castigados.

—Lo ha inventado todo —aseguró Lizzy, vertiendo sal y especias sobre la pasta.

—¿En serio? Porque a mí me suena como algo que Rikan diría —me encogí de hombros.

Simón se acercó y me miró con compasión.

—Rikan es un imbécil que se cree superior a todo el mundo y no escucha a nadie más —aseguró con firmeza antes de volverse a Lizzy detrás de mí—. Oye es suficiente sal.

—Simón tiene razón —tranquilizó Aly—. Además, a mí me pareció un proyecto grandioso, puedes llevarlo lejos sin ayuda de Rikan.

—Cierto, algún día tal vez hasta te pida trabajo en tu propio restaurante de tres estrellas Michelín —propuso Lizzy.

Simón y Aly degustaron la idea.

—Cierto. Entonces podrás enviarlo a la cocina más fea y fumar sobre su hombro —sugirió Simón ates de quitarle el brócoli a Lizzy—. Esto no debería llevar verduras.

—¡Deja mi pasta!

—Técnicamente, es la pasta de Claire.

—Se las regalo —solté en un suspiro.

—¿Lo ves? Me la regaló, ahora puedo ponerle verduras...

—¿Qué te hace pensar que te la regaló a ti?

—Ella dijo que...

Dejé de escuchar cuando mis codos reposaron sobre la barra de cortes, sosteniendo mi cabeza.

Probablemente ni siquiera abrió el folder con el proyecto. Aunque, siendo sincera no entendía muy bien lo que esperaba. Rikan era un hombre ocupado, duro y difícil, estaba claro que no iba a perder su tiempo con absurdos proyectos de universidad.

Con sabor a mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora