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Capítulo • 7

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Mi cabeza seguía punzando, mis piernas aún flaqueaban y mi voz no estaba del todo recuperada. No recordaba lo que había dicho la noche anterior, pero debió ser bastante y con mucha intensidad para sacar de la jugada a mi voz por tanto tiempo.

Sin pensarlo demasiado, tomé mi uniforme de trabajo y salí de la casa.

Encontré a mi pequeño volvo aparcado frente a la acera. El día anterior alguien había enviado el auto desde el atasco a casa, supuse que sería el novio de mi prima, pero como no tenía intención alguna de volver a verlo, decidí guardarme el agradecimiento para alguien con quien no me hubiera humillado tanto.

Camino al hotel forcé un poco más la garganta con "Blank Space". Sabía que no debía hacerlo si deseaba que mi voz volviera a la normalidad, pero no podía conducir en silencio o no seguir una letra conocida cuando la escuchaba. Era algo que me salía en automático, como un reflejo.

Ya que llegaba quince minutos tarde, me tomé la libertad de saltarme cuatro rojos y un amarillo, pero juro que tuve mucha precaución.

Entré volando a la cocina, intentando ponerme el resto del uniforme de camino. Al entrar a ella, encontré a mis compañeros formados de lado frente a un muy nervioso chef Rikan.

Ver a Rikan retorcerse las manos no era algo normal, por lo general lo hacía cuando la señora Collingwood venía de visita o algún crítico a lo Jean-Pierre se aparecía. Rikan cuidaba a sus tres estrellas Michelín con su vida entera y cuando una de ellas estaba en peligro, lanzaba la alerta «Michelín», que, en resumen, significaba que había encontrado a algún crítico entre los comensales y debíamos ser excelentes si queríamos conservar el empleo. Ese era el momento en el que los becarios nos hacíamos a un lado y dejábamos que los profesionales hicieran lo suyo.

Si he de ser sincera: todos deseábamos poder participar en la alerta Michelín algún día.

Y tal vez ese era el gran día. La esperanza muere al último, ¿no?

Me formé al centro, entre Aly y Simón, y crucé los dedos detrás de la espalda pidiendo que no notara la diferencia.

—Te van a matar —murmuró Simón inclinándose ligeramente hacia mí.

—Quince minutos —justifiqué.

—Quince minutos son tres días en la cocina de Rikan —advirtió mi amigo, citando al mejor chef del mundo.

Todos nos erguimos aún más cuando Rikan giró y comenzó a caminar de un lado a otro con un sudor frío recorriéndole la frente.

—Los enviaría a la universidad otra vez, pero, por desgracia, la señora Collingwood desea apoyar a los estudiantes en todas las áreas: administración, informática, gastronomía, mecatrónica... Si me lo preguntan a mí, es una pérdida de tiempo —Rikan se detuvo frente a mí, frunció el ceño y me recorrió con la mirada desconfiada—. Llegas tarde.

Ok, Claire, no puedes intentar jugar con su mente una vez más.

—He estado aquí todo el tiempo.

Casi me muerdo la lengua. Con Rikan el miedo me dominaba y, aunque manipular mentes era sencillo porque uno solo tenía que parecer convencido, funcionaba con todo el mundo... excepto con Rikan.

Rikan entrecerró los ojos en mi dirección y acercó su barriga un par de centímetros más. Tuve que hacer un enorme esfuerzo por no apartar la mirada aterrorizada de los penetrantes ojos oscuros de Rikan.

—¿Becario uno? —demandó nuestro jefe, sin desviar la mirada de mí.

Esa era una flor más en el jardín de costumbres Rikan: nunca llamaba a los becarios por sus nombres, según él, ni siquiera valía la pena recordarlos y no lo hacía hasta que lo merecieras o murieras y él se viera forzado a dar unas palabras de apoyo en el funeral.

Con sabor a mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora