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Capítulo • 3

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«Seguro que el pobre tipo ni siquiera sabe que cada año cambia de novio, tuvo ladillas y además finge ser vegetariana provida, pero come carne cuando cree que nadie la ve».

Las últimas líneas que le dije a Killian en un ataque de honestidad, creyendo que era un completo desconocido al que no volvería a ver jamás, resonaron en mi cabeza como cascabeles de Navidad.

Los ojos zafiro del nuevo novio de Adrianna, se posaron sobre mí y el brillo de reconocimiento que iluminó su mirada me hizo encoger, pero él se recuperó con rapidez, saludó a la familia con una cordial inclinación de la cabeza y soltó un generalizado: «Buenas noches».

—Buenas noches —respondieron todos a coro.

Mi pie derecho a que mamá les había leído las reglas de etiqueta antes de que yo llegara.

—Claire, te has quedado de piedra —señaló mi prima con una sonrisa congelada..., con su sonrisa usual.

Debía dar una terrible impresión, era probable que Lagardrianna pensara que ya me estaba saboreando a su nueva presa, pero nada podía estar más lejos de la verdad... Está bien, aquello tampoco estaba tan lejos de la realidad, pero, de momento, mis preocupaciones eran otras.

«Odia todo lo que tenga pelo, a menos que esté muerto y le haga mangas».

—Lo siento, yo...

—Sentimos la tardanza —se disculpó Adrianna—. Killian se detuvo a medio camino a ayudar a una loca en medio de la carretera.

Los miré mal antes de dar la vuelta y comenzar a recoger todos los dinosaurios de felpa de los gemelos Chase y Chris, quienes tenían la mala costumbre de apilarlos en la esquina de los arcos de concreto.

—Me disculpo por el retraso, tuve que llegar a buscar otro traje —se excusó el hombre.

—Oh, es muy considerado de tu parte —concedió mamá enternecida.

—Pero quizá no deberías detenerte en medio de la calle. Si era una loca de verdad, pudo hacerte daño —advirtió el abuelo destacando con la ronquera habitual de su voz.

—Parecía bastante inofensiva —declaró el visitante, clavando las pupilas en mí.

—Oh, no te dejes guiar por las apariencias —pidió el abuelo—. Mira a Claire: ella también parece inofensiva, pero la corrieron de su trabajo anterior por tirarse a golpear a un cliente.

—No lo golpeé, solo lo sometí y no lo tiré, lo arrojé contra la barra de jugos —me defendí sin mucho éxito, al parecer.

La sala quedó sumergida en un silencio incómodo y sepulcral, uno que no fue revertido hasta que Adrianna lo rompió con su suave y aterciopelada voz.

—¡Oh, pero que grosera! No les he presentado formalmente a Killian. Killian, ellos son: la tía Maddie y el tío Ted; mi primo Sam, hermano de Claire; su encantadora esposa Andrea; sus hijos: los gemelos Chris y Chase; el abuelo Phill y, por último, la pareja que me acogió durante tantos años después de la muerte de mis padres: la tía Pam y el Tío Wedden.

Mi madre se llevó una mano al pecho al escuchar aquello, y papá le sonrió.

«Hará las presentaciones y fingirá olvidar a Theo».

—Oh, y casi lo olvido: Theo. Es el hijo menor del mayor de los Kinsella, él está de viaje, es el militar reconocido del que te hablé. Y familia, él es Killian Collingwood...

Dentro de esos pocos minutos me perdí en el mar de pensamientos que se aglomeraban en mi cabeza: Yo era una tonta, una tonta galardonada con estrellas en el paseo de la fama de idiotilandia; hacía falta ser nacido en el mar muerto para tener mi suerte, Murphy se quedaría corto y, de solo verme, mis antepasados habrían vuelto a morir.

Con sabor a mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora