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Capítulo • 8

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—¡Criollo haitiano! —gritó Rikan, tirándose de los pelos que le quedaban a los lados. Aly, Lizzy y yo manteníamos la teoría de que así había perdido el del centro—. ¡¿Criollo haitiano?! ¡¿Ese siquiera es un idioma?! ¡¿O es una de esas revistas de chicas que lees cuando crees que nadie te ve?!

¿Qué clase de revista se cargaría ese nombre? Siendo honesta ya era bastante clasista clasificar a un idioma de esa manera.

Y de todas formas tampoco era como si aquello fuera un secreto de estado.

Rodé los ojos y respondí con soltura:

—En realidad es una de esas palabras clave que usamos en mi logia supersecreta para tener sexo después del trabajo —se me escapó.

Al instante, cerré los ojos arrepentida de haberle soltado aquello al Gran Chef.

¡¿Qué demonios pasaba conmigo?! Ese hombre no era uno de mis amigos, ¡era Rikan! El único hombre que nació sin caja de la risa.

A Simón se le escapó una risita que le costó una mirada fulminante de Rikan.

Me apresuré a intervenir para minimizar los daños:

—Rikan, lo siento. Es un idioma poco conocido. No sé por qué lo dije, solo salió, pero puedo pedirle disculpas personalmente, si crees que es necesario...

—¡Primero pierdo una estrella Michelín antes de dejarte hablar una vez más con Killian Collingwood! ¡¿Escuchaste?!

Tenía tantas ganas de gritarle a la cara que en realidad no necesitaba su autorización para hablar con el novio de mi prima, pero preferí, por mero instinto de supervivencia, dejarlo pasar.

—¡Y ahora todos vuelvan a sus puestos! —gritó poniéndonos en acción de inmediato.

Comencé a trabajar en una pasta italiana para eliminar el estrés y la tensión que los gritos de Rikan. La cocina era el mejor medio de escape para alguien como yo, así que no demoré en perderme dentro del mar de condimentos en mi misión.

Pocos minutos después, una mujer uniformada me llamó afuera.

—¿Qué sucede?

—El señor Collingwood quiere verte en la sala de juntas —explicó por lo bajo—. Dijo que te asegures de ser discreta.

—¡¿A mí?!

La mujer me fulminó con la mirada y me recorrió la cara sin gracia.

—¿Eres Claire Kinsella?

Asentí.

—¿Entonces que haces aquí? ¡Muévete! Es un hombre ocupado —ordenó aplaudiendo al aire, demostrando el estrés al que todos en ese hotel estábamos sometidos.

—Espera, ¿a dónde se supone que tengo que ir? —pregunté siguiéndole el paso—. ¡Ni siquiera sabía que teníamos oficinas!

Giró un poco, solo lo suficiente para mirarme como si fuera retrasada.

—Es en el último piso, obviamente.

—¡Son muchas escaleras!

—¡Usa el elevador!

—¡El elevador está prohibido para los empleados!

—¡Esta es una emergencia! ¡El dueño de todo esto necesita hablar contigo! ¡Deja de buscar excusas y ve de una vez!

Entonces desapareció en los departamentos de administración y turismo, uno de los muchos departamentos que el señor Collingwood había implantado en todos sus hoteles.

Con sabor a mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora