Capítulo XVII: La Triste Alice

331 14 2
                                    

A partir de ahora es turno de Ezrael. La verdad no quería poner que él iba a narrar, me parece que no es algo necesario, pero me dijeron que se confundían, así que les aviso antes de comenzar, es turno del oji azul.

Como si no fuese ya suficientemente insoportable tener que acudir a la casa de Artemio a ayudar a su hija, ésta me hace esperar afuera. La gente que pasa no deja de mirarme. Detesto cuando los humanos –aunque yo sea la mitad– me miran como si fuese algo nuevo. Todos sabemos que desde el apocalipsis, desde el momento en que el mundo entero se quebró con una noticia, y los vampiros salimos al mundo, no existe razón alguna para mirarnos unos a otros como si fuéramos una plaga. Aunque algunos sí lo sean, tal es el caso de los opositores.

Recuerdo que mi vida hasta antes de que los vampiros se mostraran al mundo era bastante más caótica. Desde que tengo memoria crecí en la cueva con mi madre y la madre de Adrien temiendo que alguien descubriera nuestra ubicación. Dos mujeres encerradas en una cueva con un niño pequeño no era para nada algo normal. Y aun cuando mi vida de cierto modo era extraña, me gustaba.

No es que no me gusten las cosas del mundo moderno, de hecho las tecnologías me parecen útiles. Es solo que no me terminado de acostumbrarme a eso.

Cuando era solo un niño de aparentes diez años aunque tenía ya doscientos, Adrien nos visitaba realmente poco, y a decir verdad iba a ver a su madre. Siempre supe que ella era una bruja, lo fuerte que era y lo terrible también. Descubrí que mi madre podía realizar los mismos hechizos que ella, pero yo no. Me dijeron que la mitad de mi era de un vampiro, y como Adrien era el único que conocía pensé que teníamos la misma sangre. Después me dijeron que no, Adrien solo era el hijo de una bruja y alguna vez había sido igual que yo hasta que Drácula lo convirtió, y se marchó de la cueva.

Toco la puerta más fuertemente esperando que la chica se digne a por fin abrir, pero no hay ni una sola señal de ella al otro lado. No puedo ni escuchar un ruido. Estoy seguro que de ninguna manera Artemio me engañaría para que viniera, pero sospecho que su hija ha salido y no se lo dijo a su padre. Con un trabajo como el que él tiene, es normal que casi nunca esté en casa para saber qué hace su pequeña.

No sé qué fue de la madre de esa niña, ni me interesa tanto como atender este asunto y volver a la búsqueda de la chica que sí importa. La Hija de Drácula. Esa investigación sí me interesa aunque no tenga que ver conmigo directamente.

Un hombre pasa por un lado de la casa corriendo. Lleva pequeños shorts y casi me hace reír que se vista de ese modo, está flaco y las piernas no tienen forma alguna, es decir, están flácidas. Tiene un ridículo peinado como si no fuese ya suficientemente ridículo todo en él. No deja de mirarme en la puerta. Intento ignorarlo sin poder lograrlo. Es como si su mirada me estuviera estrujando. Toco la puerta más fuerte casi queriendo patearla.

El hombre se va acercando.

La casa de Artemio está en una zona poco transitada de autos, pero sí con un parque, por ello no es de sorprender la cantidad de personas que pasan por ahí ya sea caminando o corriendo. Además, está casi sobre la acera, con unos cuantos metros de distancia separada de la calle, un pequeño jardín y un pasillo que lleva al patio trasero.

–¿Buscaba a alguien caballero? –pregunta el hombre.

Él se ha dado cuenta que soy un vampiro, o que al menos parezco uno. Nadie se dirige a nosotros de una manera tan formal a menos que sospechen la clase de seres que somos. Entonces veo algo que cuelga de su cuello y la reconozco. Una medalla de opositor. Adrien me enseñó a diferenciarlos y a los que simplemente son católicos.

Las medallas son básicamente las mismas, pero las de los opositores están hechas de oro completamente, mientras que las medallas que te venden en cualquier lugar para que luego las lleves a bendecir, están hechas de una cantidad menor de oro mezclada con otros metales.

La Hija de Drácula/Una Verdadera HerederaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora